jueves, 29 de marzo de 2012

Terence Hill

Mario Girotti nació en Venecia, Italia, el 29 de marzo de 1939.


El sueño del pibe –del “muchacho”, para ponerlo en términos de cine clásico— era conocer a Jack Beauregard. Al gran, el incomparable, Jack Beauregard, el pistolero más rápido del far west, legendario cowboy que desenfundaba, disparaba y guardaba sin que se viera que el arma hubiera salido de la cartuchera. Beauregard peleaba contra bandidos y maleantes y contra la fama que, a su edad, le impedía retirarse. Todo el tiempo, alguien lo provocaba o lo retaba a duelo sólo para convertirse en “el hombre que mató a Jack Beauregard”. Y a él no le quedaba otra que seguir batiéndose y matando. Tenía que desconfiar hasta del peluquero –del barbero, según se le decía—y hacerse afeitar a punta de pistola.
El muchacho sin nombre se hacía llamar Nadie. El chiste era obvio: “Nadie es más rápido que Beauregard”. Pero el pibe no quería batirse contra él sino con él. Y derrotar, los dos juntos, a los bandidos del terrible Grupo Salvaje.
Acá la película se llamó “Ahora mi nombre es Nadie”, traducción de los originales “My name is Nobody” e “Il mio nome è Nessuno” –como tantas en su género, la película se editó oficialmente en dos versiones, en inglés y en italiano—. Y fue una mamushka rusa de botas, chaleco y pistolas humeantes, símbolo de un antes y después dentro de otro. Nadie era el muchachito que venía a ocupar el lugar del ya vivido Beauregard. El western spaghetti  cerraba su círculo como la variante moderna a las legendarias aventuras de John Wayne, Alan Ladd o Henry Fonda. Y, en los roles estelares, el propio Fonda era el veterano en retirada y Terence Hill la estrella que acá se instalaba como héroe a la par, quizá, de Giuliano Gemma y ningún otro.
“Yo trabajo solo”, le remachaba Jack a Nadie, pegado a él como un monitor. Pero, al fin, era inevitable que enfrentaran juntos al Grupo Salvaje. Beauregard supo que el jefe de la pandilla había matado a su hermano, Nevada Kid. Ya tenía un motivo. Nadie hizo los arreglos necesarios y así llega la imponente escena de los dos justicieros frente a la horda de salvajes, acertándoles con sus balas y haciendo estallar la dinamita en sus monturas.
Hill, que venía de reventar taquillas con las dos entregas de Trinity en las que junto a Bud Spencer destrozaban el falso Oeste a trompadas y tiros, siempre evaluó esta de Nadie como su gran película. Aun cuando las anteriores fueron tan populares que los viejos fans de barrio siguen refiriéndose a “Ahora mi nombre es Nadie” como “la mejor de Trinity”. Aun cuando con el gordo Spencer hizo historia en 17 filmes que fueron del Oeste a Miami, Brasil o España. Desde 1968, cuando emergió a pistoletazos, Hill fue siempre aquel muchacho polvoriento bajo el sol rajante. Y sus personajes posteriores, la curiosidad de ver a un cowboy disfrazado de millonario, policía o cura. Y aun después de haber devenido actor de carácter y hecho de Lucky Lucke y Don Camilo.
En el momento culminante, Nadie y Beauregard se baten a duelo en la avenida polvorienta frente al saloon. Nadie es más rápido. Beauregard cae. Pero es un tongo. El viejo Jack se hizo el muerto y ya sin fama ni familia, vida pública ni pesados a su alrededor, navega rumbo a su jubilación en el Viejo Mundo. Nadie ocupa su lugar. Es quien ahora desenfunda como un rayo frente a maleantes o provocadores y esquiva balas a movimiento de cintura y cuello. Y, claro, no confía ni siquiera en el barbero.

Publicado en el diario La Unión del 29 de marzo de 2012.

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