jueves, 29 de diciembre de 2011

Jon Voight

Jonathan Vincent Voight nació el 29 de diciembre de 1938 en Yonkers, Nueva York, Estados Unidos.


Parafraseando a Liliana Ripoll, la contadora que hizo llorar a Luis Otero, podríamos decir que Jon Voight ha dejado de existir. ¿Quién, hoy por hoy, le conoce la cara? Quizás aparezca casualmente en la pantalla de Cinecanal un sábado a la tarde de mate, pan dulce y familia en plan de reunión “antes de fin de año”, y alguna prima grande, o un tío al que nunca le gustó el fútbol, confirme, de pleno conocimiento: “Ése es Jon Voight”. Pero sus chances de figuración en estos días no pasan de ahí. “¿Compraste un auto porque le perteneció a Jon Voight?” “No, no…”. “Me parece que ‘sí, sí’. Te gusta la idea de que la gente diga que estás manejando el auto de Jon Voight”. “Bueno, puede ser. ¿Y qué?”.  Seinfeld interpela a George Costanza en el episodio número 94 de “Seinfeld”. Esto fue a fines de 1994. Y ya entonces parte del chiste era que el auto fuese de un actor fuera de época. Imaginate lo que sería ahora. Si Mercedes Morán se compra el auto de Jon Voight y se lo cuenta a Francella, Guille no larga ni un “¡uuuiiiii!”. ¿Qué va a saber Hugo Bermúdez quién es Voight?
Cómo es la cosa, eh. Porque Jon Voight no fue uno del montón. Fue Joe Buck en “Perdidos en la noche”. Cosa seria. “Jerry, ¡estamos hablando de Joe Buck! ¡Si podés interpretar a Joe Buck, hacer a Oscar Schindler es una pavada!”, le dice Costanza a Seinfeld. Joe con las tejanas, los flecos y el sombrero, el pavote una cabeza y media por encima de Dustin Hoffman que termina entrándola en todas partes. Brevemente: después vienen “La violencia está en nosotros” junto a Burt Reynolds, “El Campeón” con Faye Dunaway y “Regreso sin gloria” con la silla de ruedas y Jane Fonda a upa. Para las dos últimas, Angelina Jolie ya había nacido. Ah, sí… porque Angelina Jolie es la hija de Jon Voight. O, al revés, él es el papá. Hay un momento en nuestra vida en el que dejamos de ser nosotros para ser el papá de alguien. Llamamos por teléfono a la escuela y no decimos “hola, habla Vallejos” sino “habla el papá de Laura Vallejos”. O, en la puerta, a la espera de que salga tercer grado, nos presentamos a una mamá atractiva como “el papá de Laurita”; es la única forma de que nos reconozcan. Jon Voight pasó a ser parte de Angelina. Una parte casi irrelevante, menor, perdida en el pelotón. Primero viene Angelina toda ella, esa presencia sexual intimidante, ese halo animal, un portento. Después la boca, labios de churrasco, caminata lunar con dientes. Más atrás las tetas, no por habituales menos importantes. Siguen, si se quiere, los tatuajes, Lara Croft, el Oscar por Inocencia Interrupida, Camboya, las adopciones, Brad Pitt. Y recién ahí, en todo caso y con buena voluntad, en el montón, vendría Jon Voight. Que, por lo demás, para justificar esa ubicación de mitad de tabla para abajo, ya hace rato que viene bajando la cuesta de los papeles secundarios en películas protagonizadas por otros, las apariciones como invitado en series de TV y los telefilmes. Los productores, que tienen algo de prima grande o tío cinéfilo, todavía se acuerdan de él, del cowboy con berretín de taxi boy, del parapléjico rompecorazones, y cada tanto lo convocan. Porque, ojo, guarda, que el papá de Angelina Jolie supo ser tremendo actor con nombre y apellido.

Publicado en el diario La Unión del 29 de diciembre de 2011.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Alcides Ghiggia

Alcides Edgardo Ghiggia nació el 22 de diciembre de 1926 en Montevideo, Uruguay.


No perdamos eso que tenemos. No lo perdamos. Y hablemos de fútbol, como el Mariscal Perfumo, el Ruso Verea y el Mago Capria. Eso que tenemos los uruguayos y los argentinos, que si jugamos es porque queremos ganar, porque, si no, para qué jugamos. Hablemos de fútbol, aunque haya gente a la que no le caiga bien que se hable de fútbol en un lugar adonde el fútbol supuestamente no debería ser invitado. De eso que los europeos, por ejemplo, no pueden entender, habituados a las castas y el respeto por el orden divino, tal vez como consecuencia de una tradición de reyes y transmisiones de poder por vía sanguínea que las jóvenes naciones americanas no tenemos. Hablemos, aunque haya gente que preferiría subsumirse a una corona, que le teme al albedrío. Hablemos, para que no perdamos el valor de ir siempre a más y no a “estar entre los cuatro primeros” o “entrar en alguna copa”.
Eso que tenemos, el Ñato Ghiggia lo tuvo. Además, aunque era win, le gustaba hacer goles. El Cotorra Míguez, el centrofóbar, muchas veces se enojaba porque Ghiggia, en lugar de desbordar y tirar el centro para que el Cotorra la metiera, pateaba él. Faltando 10 minutos, con el escore 1 a 1, Obdulio Varela, el Negro Jefe uruguayo, le tiró un pase, y el Ñato quiso ganar; si no, para qué había ido a la cancha. Menos una cosa, todo daba para ser pesimista: Brasil venía haciendo de a seis o siete goles por partido; doscientos mil hinchas en las tribunas del Maracaná, con camisetas de “Brasil campeón 1950”; los propios dirigentes de la delegación uruguaya, antes del partido les habían advertido a los jugadores que con perder por menos de cuatro y sin expulsados estaban hechos; el resultado, porque si empataban el título era para Brasil; Jules Rimet, el presidente de la FIFA, con el discurso ya armado para felicitar a los brasileños; la banda militar debía tocar el himno de país campeón en la premiación y ni siquiera tenía preparado el uruguayo. Todo en contra, y una sola cosa a favor: esa pelota que Obdulio le tiró en cortada. Ghiggia encaró a toda velocidad, lo pasó a Bigode, el marcador de punta, y ya iba a 100 por hora, o parecía. En el área, el Cotorra esperaba el centro. También el Pepe Schiaffino, el ídolo, el crack, la figurita deseada por los botijas. ¡Pero qué iba a mandar el centro Alcides! Ya había tirado uno antes, para que el Pepe metiera el 1 a 1. Esta vez, ni hablar de eso. Además, el arquero Barbosa le estaba dejando un huequito hermoso para meterla al lado del primer palo. Pateó, el Ñato, fuerte y rasante. “El silencio de los brasileños se escuchaba más fuerte que el grito de gol de los pocos hinchas uruguayos”, recordó Ghiggia cuando ya, con los años, la gesta se había hecho leyenda.
Sólo Ghiggia vive, de los once uruguayos que ganaron esa Copa del Mundo. Hace dos años volvió al Maracaná, a un homenaje. Dice que le dio un poco de vergüenza porque hubo pocos aplausos; 59 años después, los brasileños seguían en silencio. Tal vez regrese una vez más en 2014, para el próximo Mundial, a ver quién lo gana. La humanidad misma supone que será Brasil, que es imposible que de local lo pierda. Yo espero que seamos nosotros, que volvamos a ser los que jugamos porque queremos jugar mejor que todos, y que Messi les pinte la cara. Y Ghiggia, no tengan dudas, cree que va a ser Uruguay. Va a más. Sabe: yendo a más es como se consiguen los maracanazos.

Publicado en el diario La Unión del 22 de diciembre de 2011.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Roberto Pettinato

Roberto Pettinato nació en la Ciudad de Buenos Aires el 15 de diciembre de 1955.


No me cae bien Pettinato. Se cree más que yo. Y es un salame. No querría tener a Pettinato de amigo. Es el típico que si te llama para proponerte “che, a ver cuándo nos juntamos a tomar algo y charlar” en realidad te está diciendo “a ver cuándo nos juntamos a tomar algo y hablar de mí”.
Pongo pausa y aclaro, porque siempre hay alguno con alma de redactor de cartas de lectores de La Nación listo para meter el bocadillo improcedente. No lo conozco a Pettinato más que a un nivel superficial. Sé lo que de él se ve en la tele, sale en los diarios o se escucha en los discos. Y opino de eso, a la manera en que se opina de alguien que no es, como mínimo, cuñado de uno. Al cabo, no podemos saber si Eduardo Feinmann en la intimidad es cariñoso con los niños y rescata de las plazas a palomitas heridas, o si Juan Carr y Cachito Vigil dejan la toalla tirada en el baño para que la levante la señora. Hablamos de lo que vemos. Como Pettinato.
Sigo.
Pettinato se considera músico. Y más bien es un snob que toca el saxofón. Evangeliza acerca de qué música es una porquería y cuál debería ser de escucha obligatoria. Y esta última siempre es algo que conocen él y tres más, no vaya a ser que el pueblo sea inteligente. Llegó a Sumo porque a Luca le gustaba cómo conversaba (permítasenme unos signos: !!) y allí se instaló como un improvisador que, no obstante, tocaba siempre lo mismo y más o menos igual. El tipo que supuestamente cree en la calidad superior de lo que hace, grabó un disco y puso una foto de él desnudo en la tapa, pito al aire. Qué modo singular de valorar y difundir su música por sí misma, ¿no? Igual, el disco era inescuchable, como casi todo lo que toca Pettinato. Que nadie vaya a estar a su nivel para entenderlo.
Pettinato se considera ingenioso y showman. Cómo es que termina escribiendo una contratapa insulsa en el suplemento de espectáculos más cuadrado del país, e intercambiando comentarios machistas con Fabio Fusaro en su programa de televisión, es algo que no se explica. Tampoco se explica cómo es que Fusaro, además, es mucho más divertido que él. Vale reconocer: tal vez la falta de explicaciones no sea porque él no las tenga sino porque no crea pertinente darlas. Es del tipo que parece entender que todo lo bueno que le pasa se lo merece y todo lo bueno que les pasa a los demás se lo merece él.
Pettinato se considera piola. Y se casó con la ex novia de Vilas. Lógico: un saxofón incoherente es, no obstante, menos insufrible que un poema de Cientoveinticinco. Se considera diferente y cool. Y se casó con una artista 15 años menor que él, como cualquier diputado nacional o empresario del acero. Igual vale: gracias a Karina El-Azem habrá descubierto la existencia de Lomas de Zamora más allá del “camión de la 100” y la cancha de Los Andes. Ahora capaz que conoce Las Lomitas y le abate que no quede en Palermo.
Hasta acá llegué. Ahora me pregunto cómo hacerle llegar esta declamación a Pettinato. Que entienda que hay un diario que sale en Lomas va a ser complicado. Que lo tome en serio, más. “¿Un diario en Lomas? ¿Falsifican el Clarín y lo venden en La Salada?”, preguntará. Cómo hago, entonces, para acercar mis letras a su vista, que lea esto que escribo y poder decirle “no te calentés, Petti, ¿no ves que es un chiste?”, que él va a entender.

Publicado en el diario La Unión del 15 de diciembre de 2011.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Kim Basinger

Kimila Ann Basinger nació el 8 de diciembre de 1953 en Athens, Georgia, Estados Unidos.


Vamos a decir la verdad. A sincerarnos, ahora que está de moda el sinceramiento.
“Nueve semanas y media” fue una película insufrible. “Una bosta”, diría mi amigo Claudio, para quien el mundo se divide ya no en “blanco” y “negro” sino en “está bárbaro” o “es una bosta”. El tiempo transcurría espantosamente lento a lo largo de esas casi dos horas durante las cuales, en las escenas de diálogos, caminatas o él eligiendo qué camisa blanca se iba a poner, sentías cómo se te iba yendo la vida mientras estabas en el cine. Gracias a dios pasó hace mucho, 25 años, una época en la que estábamos obligados a ir a verla para no quedar al margen de las conversaciones en los cumpleaños. Y con el transcurrir del tiempo, el mundo se va poniendo de acuerdo respecto de la especie. En IMDB.com, la web favorita de Axel Kuschevatzky, 15 mil usuarios la califican con 5,5 puntos sobre 10. Está bien: medio punto es para Mickey Rourke, se lo habrán puesto las chicas capaces de desvincularlo de la cara de boga (el pescado, no un manyapapeles) que el tipo tiene ahora. Para la película, nada. Y los otros cinco puntos son para Kim Basinger.
Digamos, también, que “You can leave your hat on” es una canción mediocre. Funk rock trompetero, monótono, sin melodía, cantado en un rango que no pasa de una cuarta, o por ahí nomás. Un golpe de suerte para Joe Cocker, que tuvo por primera vez en su vida un disco de platino. Y para Randy Newman, el autor de la canción que, sin gloria, la había grabado 14 años antes. Los dos le deben todo a la escena del strip tease. A las esposas y el látigo, la persiana americana –sí, Soda Stéreo también es deudor aquí—, el auricular travieso del teléfono, el abrigo resbaladizo. Todo a Kim Basinger.
Tiempo después vimos “Cita a ciegas”, con Bruce Willis haciéndose el gracioso junto a John Larroquette. Pero en VHS. Y me pregunto por qué supusimos que era anterior a “Nueve semanas y media” (sí, ya sé, Axel Kuschevatzky no; él sabía. Me refiero a mis amigos y yo: Charly, el Rafa, el Narigón…). Posiblemente, un poco, porque Willis tenía pelo arriba de la bocha. Y mucho más porque Kim venía en un inesperado castaño y lacio. ¿Cómo alguien iba a dejar de lado esa rubiez sinuosa, inmarcesible, que le coronaba la espalda floreciente mientras el seco de Cocker se quejaba en do como un manolero? ¿Por qué motivo inevitable? Eso razonábamos.
“Batman” nos dio una coartada. “¡Qué capo Jack Nicholson!”, podíamos decir, como si nos importara. Había que evitar, sí, mencionar a Michael Keaton. Habría sido muy evidente, una coartada demasiado boba. “Deseo y decepción” fue una genialidad de la industria de Hollywood: podías ir al cine con una chica y ponerla a mirar a Richard Gere mientras vos, como él, ardías indeciso entre Kim Basinger y Uma Thurman hasta que, al final, igual que Gere, optabas por ella. Y “Los Angeles al desnudo”, el shock definitivo. No hay Kim Basinger después de eso. No hace falta. Cada tanto, Susana Roccasalvo, o Catalina Dlugi, o Rial, habrían de meter alguna noticia innecesaria: que se casó con Alec Baldwin (¡grande, gordo!), que iba a hacer de señora en alguna otra película, que estaba en bancarrota, que amaba a las nutrias… nada relevante. El punto final fue el de L.A. Después, no importa nada. Es más, no recuerdo haber visto la película, aunque la vi; pero me quedé en el afiche. Ganó el Oscar por ésa. Está bien.

Publicado en el diario La Unión del 8 de diciembre de 2011.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Jaco Pastorius

John Francis Anthony Pastorius III nació en Norristown, Pensilvania, Estados Unidos, el 1º de diciembre de 1951. Murió el 27 de septiembre de 1987 en Fort Lauderdale, Florida, EE.UU.


Chaf. Chaf. En la primera escena está Pedro Aznar. Tiene 14 ó 15 años. Tenazas en mano y el bajo sobre la mesa, Pedrito va arrancando uno por uno los trastes, esos fierros que dividen en casilleros el mástil de los instrumentos de cuerda pulsada. Chaf. Cada chaf, un traste menos. Algunos salen limpios, muchos traen de regalo alguna astilla, un cacho de madera, el bajo le queda rotoso pero fretless. Pedro escuchó un disco de Weather Report, ese bajo distinto a todo lo que conocía, Jaco Pastorius. Averiguó cómo e hizo. Chaf. Chaf. Ese sonido Serú Girán, el bajo largo que se estira, que flamea. Jaco Pastorius. Chaf.
En esta otra escena, paramédicos de una ambulancia recogen a un tipo tirado en la calle, en la puerta del Midnight Bottle Club. Está hecho bolsa, con la cara rota. Para los ambulancieros no es nada del otro mundo: un sacado que bardea en el boliche y un patovica que le da leña hasta dejarlo irreconocible. Recién después de internarlo en terapia intensiva y atar cabos advierten que se trata de Jaco Pastorius. Ya decían todos que iba a terminar mal. Bipolar y empastillado como una farmacia, hacía rato que nadie lo quería, que lo admiraban en tiempo pasado. Fue y vino unos días entre los tubos, hasta que pintó hemorragia cerebral y fue, nomás.
Otra escena. Es en Nueva York, en una de esas canchas callejeras de básquet que tanto salían en los episodios de Starsky y Hutch. Un ratero, gorrita y buzo canguro, agarra el Fender Jazz Bass que está apoyado a un costado de la cancha y se va. Primero camina. Después raja. Se afanó el bajo de Jaco Pastorius. Jaco Pastorius se da cuenta cuando termina de jugar. Esa noche no va a poder tocar con los muchachos del puente. Ningún problema; igual, lo que ahora le interesa es la percusión, como cuando era un pibe. Por eso nadie quiere editarle su último disco. Dejó Weather Report porque una banda de virtuosos no era suficientemente espaciosa para él. Y ahora no tiene discográfica para su disco. ¿Quién va a querer comprar un disco de Jaco Pastorius en el que Jaco Pastorius no toca el bajo? Lógico.
¿Pero cómo había llegado hasta allí? Capaz que el camino empezó el día en que se le cruzó a Joe Zawinul, el tecladista y jefe de Weather Report, le dijo que se sacara de encima a Alphonso Johnson –hasta ahí bajista de la banda—y le hiciera lugar a él, “el mejor bajista del mundo”. Zawinul le echó flit. Él le dejó un demo. Zawinul lo escuchó y listo; apenas Alphonso se distrajo, empezó la era gloriosa de Weather Report, la de Jaco Pastorius.
Pensar –pensaría él—que lo que él quería de chico era ser baterista. Que si no se hubiera roto la muñeca a los 13 años jugando al fútbol americano, tal vez habría sido uno de los mejores. Pensar que pudo haber sido el mejor contrabajista pero no le alcanzaba la plata para mantener el contrabajo en buenas condiciones y lo cambió por un Fender. Pensar que si algún dueño anterior no le hubiera sacado los trastes a ese Jazz Bass él quizá no lo habría hecho y Joe Zawinul no se habría asombrado del mismo modo al escucharlo. No había cumplido todavía 20 cuando compró ese bajo. El bajo de Jaco Pastorius.

Publicado en el diario La Unión del 1º de diciembre de 2011.