jueves, 26 de mayo de 2011

Clemente VII

Giulio di Giuliano de Medici, luego Clemente VII, nació en Florencia, Italia, el 26 de mayo de 1478. Falleció en Roma, en territorio de la actual Ciudad del Vaticano, el 25 de septiembre de 1534.


Lo primero que sugiere el nombre del personaje seguramente es: “Che, ¿el 26 de mayo no cumple años nadie?”. Efectivamente, así como el jueves pasado hubo que hacer de tripas corazón y descartar cumpleañeros como Alejandrita Pradón, Nati Oreiro, Cachavacha Forlán o el gran Pete Towshend en favor del protagónico de Cecilia Bolocco, hoy la mano venía fulera, con velitas para insípidos. De ese mar de opacidades es que sacó ventaja el papa mufa.
Juan XXIII fue “el papa bueno”, Juan Pablo I “el papa que ríe” (hasta que le enchufaron el Racumín en la sopa y no se río más) y Juan Pablo II “el papa viajero”. Nuestro Clemente VII fue “el papa mufa”, aunque no se lo decían (de hecho, el término “mufa” no se utilizaba entonces en la acepción que se le da en la actualidad en Buenos Aires).
No se hará en estas líneas una crítica a la oscuridad, dudosa moral, crueldades y baja estofa en general de Clemente. Hay que tener en cuenta el contexto de aquella Europa precolombina que admitía sin disimulos el sometimiento del hombre por el hombre y la política de poderosos apoyada en el sufrimiento de los débiles, o sea, era igual que ahora.
A los papeles, entonces. A Clemente VII, la mufa lo afectó incluso desde antes de haber sido elegido. En 1521, a la muerte de León X, él era el gran candidato a sucederlo. Pero en la primera vuelta de votación, los cardenales que lo respaldaban dividieron los votos entre él y un perejil cualquiera sólo para complicar las chances de entrar al balotaje del otro postulante, un italiano que no viene al caso. Resulta que los cardenales del italiano éste hicieron lo mismo. Y ganó el perejil, que fue Adriano VI.
Clemente tuvo que esperar dos años más hasta ser papa. De entrada nomás, se alió a los franceses para echar a los españoles de Italia, justo cuando España avanzaba a dominar medio Mundo. Perdió como en la guerra (o, más precisamente, en la guerra). Para colmo, apenas pasó esto, al ejército español en Italia se le juntaron tres o cuatro meses de sueldos atrasados. “Saqueemos Roma y nos cobramos de ahí”, dijeron los muchachos; dicho y hecho, y Clemente VII pasó sitiado siete meses, sin poder salir de su castillo. Un tiempito después intentó disciplinar a Henry VIII, el rey de Inglaterra que pretendía divorciarse de su esposa, pero Enrique no sólo no se sometió, sino que le fundó una religión paralela que al día de hoy persiste con aceptable éxito. Siga el baile, y ahora Francia e Inglaterra se aliaron contra España. “Ahora sí, no podemos perder”, pensó Clemente, y casó a una sobrina suya con el rey de Francia. Huelga detallar el resultado de su plan. En fin… derrota más, fracaso menos, el 25 de septiembre del 34 pidió champiñones para la cena, igual que unas semanas antes le había pedido a Michelangelo que pintara un fresco sobre los ángeles expulsados del cielo en el techo de la Capilla Sixtina. No se sabe si el cocinero le erró sin querer o le embocaron los hongos venenosos porque todos en Roma estaban hartos de andar siempre con la mano en el huevo. Pero, en todo caso, para él fue mala suerte. Como era de esperar, Miguel Ángel pintó en el techo de la iglesia el Juicio Final, es decir, cualquier otra cosa que lo que le había pedido Clemente. Así terminó la historia del 219º papa. Que no será la mar de interesante, cierto, pero bueno, qué quieren… Alejandrita Pradón y la Bolocco no cumplen años todos los jueves.

Publicado en el diario La Unión del 26 de mayo de 2011.

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