jueves, 14 de julio de 2011

Julio Chávez

Julio Chávez –Julio Hirsch— nació el 14 de julio de 1956 en Buenos Aires.


Todos sabemos cómo es el tiempo: el tiempo es tirano. Pero además es exagerado. Basta que le pase tiempo a algo para que ese algo se agrande, de a poco pero sin pausa (mirá si el tiempo va hacer pausa. Qué contrasentido; pausa es, justamente, tiempo que no le pasa a nada). Cuanto más tiempo, más exageración. Primero un poquito de tiempo, y ese ítem que antes –antes de tiempo— era pequeño o normal, estándar, se torna diferente, cobra singularidad. Después (claro: el tiempo siempre es primero primero y después después) algo más de tiempo, mucho tiempo, y ya es descomunal. El tiempo es como el revoque, que paso a paso (o pasada tras pasada) convierte en Capilla Sixtina lo que en esencia es ladrillo.
Algún día –cuando pase el tiempo— se hablará de Julio Chávez y se contará una actuación suya extraordinaria, incomparable, una película entera en la que no hablaba, no se movía, parpadeaba pero sólo de vez en cuando, había que estar muy atento –exigía el esfuerzo de un espectador bien comprometido— para no perderse ese parpadeo elocuente, preciso, que decía todo lo que el personaje tenía que expresar, sin excesos demagógicos ni sobreactuación de aprendiz. Fenomenal. “Brillante”, “despojado”, “notable economía de recursos”, “una lección de actuación”, “el actor puesto al servicio del personaje”, dirán que dijeron críticos arrobados.
Permítaseme una aclaración, y después sigo con el argumento. Aquí se está hablando más que nada de Julio Chávez en el cine y la tele. No niego la extraordinaria trayectoria de Julio en el teatro. Pero éste es un espacio de lectura popular. ¿Cuánta gente fue al teatro a ver “Yo soy mi propia mujer”? ¿Y cuántos, de ellos, lo hicieron por voluntad propia y no para impresionar a su pareja o porque su esposa sacó las entradas? En contraste: ¿cuántos lo vieron a Chávez soportando a la insufrible Cecilia Roth, o ahora que anda con la remera sin mangas? La distancia es indiscutible. El Julio Chávez del que hablamos, entonces, es más o menos el que de la melena de “No toquen a la nena” en adelante, coló en “La película del rey”, peló músculo y empezó a empanzar en “Un oso rojo”, nos descosió de siesta en “El custodio” –habíamos visto la del Oso, la escena con René Lavand, y nos engrampamos—,  gritó más que Fito Páez en “Tratame bien” y ahora está ahí pero lo vemos salteado, porque los domingos se mira fútbol, viejo, ya sea el campeonato de acá, al Bambino Pons diciéndole “Pinocho” a Van der Sar, o los diálogos fumancheros de Rulo Taquini y el Mariscal Perfumo. Y con más razón si Suar se empeña en obviar el peronismo de los personajes que “idea” (“Idea: Adrián Suar”. “Una idea de Carlos Ávila”… Son todos iguales). Sigo.
Cuando pase el tiempo, esperemos que bastante, se dirá eso –aquello—de Julio Chávez. O se lo olvidará, mayormente. Chávez es un crack, voy concretando por si no había quedad claro. Pero, como sus personajes, no es un tipo que vaya más allá de lo que su papel necesita sólo porque a ese personaje además lo interpreta Julio Chávez. No es Olmedo, no es Susana Rinaldi. No se saca la foto con el Mini Cooper hoy porque pegó un par de laburos en Pol-Ka y mendiga mañana ayuda en La Casa del Teatro porque cuando tuvo cincuenta mangos se los gastó en Mini Cooper y un PH de autor en Palermo con mesada de mármol de verdad. Mientras Cecilia Roth nos mostraba, como siempre, lo superada que es, él hizo el berrinche de la humanidad porque le reventaron el perro. Te daban ganas de ir para allá a darle un abrazo. Pero no; pará un cachito, nada de excesos. Es Julio Chávez. Con un parpadeo sincero, que le llegue al corazón, es suficiente.

Publicado en el diario La Unión del 14 de julio de 2011.

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