jueves, 16 de junio de 2011

María Valenzuela

María del Carmen Valenzuela nació el 16 de junio de 1956 en la Ciudad de Buenos Aires.


Las cosas cambian y el mundo evoluciona, es lógico, es inevitable. A veces, muchas, para hacerle la vida peor a la humanidad, también es lógico; “cuanto peor ellos, mejor yo” es la ecuación básica de los que viven por el poder y tienen en su acumulación más potestad que otros para generar cambios. Pero sea como sea y para lo que sea, los cambios, por definición, son evolución inevitable. Si la fotografía se hubiese inventado después del cine, se la habría celebrado como un sorprendente método para atrapar imágenes precisas de un instante que hasta entonces sólo se podían capturar en movimiento. Si los fósforos se hubieran conocido después del Cricket, se los habría vendido como la gran novedad: encendedores descartables ultraportátiles de un solo uso. La Prestobarba surgió después de la Gillette y el progreso, entonces, fue que no había que usar siempre la misma máquina de afeitar cambiándole la hoja, sino que se la podía tirar y a la vez siguiente usar otra. Más adelante salió al mercado la Trac, una Prestobarba a la que se le podía cambiar el cabezal con el filo, y fue progreso otra vez porque no había que tirarla después de un solo empleo. Todo es progreso, a veces bueno y otras veces no. Antes –hace un tiempo, no importa cuánto; “antes” es suficientemente preciso— el tipo gracioso y agudo era Pinti. Hoy, gracias a Dios, ese tipo es Capusotto, y Pinti una señora que barre la vereda y dice “qué barbaridad, son todos chorros”. Pinti decía la falacia esa de que pasan los años, los gobiernos, hipócritas, moralistas, listas negras… y quedan los artistas (andá a decirle a Luis Politi que las listas negras pasan y los artistas quedan). Capusotto dice: “Lástima que son tan egocéntricos, que sufren por pelotudeces, se deprimen y creen que son importantes, por mí que se vayan a la puta que los parió”. Mucho mejor, más certero. Una evolución. Muchos artistas, en el viaje de ser su propio personaje, desesperan como El Chavo a Quico. Pero María Valenzuela no. Sólo por eso, por evitarnos el mal trago, merece los buenos deseos de un feliz cumpleaños. Se bancó como una reina el “María del Carmen Valenzuela” empalagoso que tanto le gustaba a Migré y el todavía peor “Mariquita Valenzuela”, seguramente una idea de Alejandro Romay y si no lo fue tiene todo su estilo, hasta llegar al firme “María” sin más, como corresponde a una mujer sensata y sin empaques.
Se casó con Pichuqui, pudiendo haberse enganchado tranquilamente algún galán coetáneo. Nos imaginamos a mamá Valenzuela lamentándole: “¡Pero nena! Estando Pablo Alarcón, Arturo Puig, Arnaldo (mamá ni se imaginaba lo de Arnaldo)… ¿Qué le viste al pibe del noticiero? Decime un poco…”. Dejó de estar en la tele sin descangallarse por un minuto más en cámara, y volvió a estar sin verse como una resucitada vintage y de oferta. Armó, desarmó y rearmó familia sin melodrama. Bailó en lo de Tinelli sin hacer payasadas con Moria y la Alfano ni acusar a nadie de nada. Lloró sin cámaras durante la casi muerte de su hija mayor y sólo una vez y con recato delante de ellas después. No dice, jamás, con quién era que andaba cuando la gente pensaba que ella andaba con Darín. Perdió a Guevarita en Campeones y lo recuperó en Son de Fierro. Y su imagen es tan, pero tan digna que Pinti y su canción pedorra no se la merecen.

Publicado en el diario La Unión del 16 de junio de 2011.

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