jueves, 25 de agosto de 2011

Gene Simmons

Chaim Witz, luego Eugene Klein, finalmente Gene Simmons, nació en Haifa, Israel, el 25 de agosto de 1949.


¿Querés saber quién soy? Pues no, no sabés. Jodete.
La estrategia de ocultar el rostro siempre dio rédito, por diversos que fueran los motivos. Batman, el Subcomandante Marcos, La Masa, el Enmascarado de Meteoro, el hincha que entró a pegarle a Chiche Arano, Piñón Fijo, Norma Morandini…  Y Kiss. Los Kiss y su padre: Gene Simmons. El Demonio.
Shandi anda por los pasillos que llevan al escenario, mientras los Kiss se preparan en un camarín minúsculo, prueba de su espíritu amateur, por más que después, se verá, cantarán en un escenario grande como Canadá. Se esconde en un recoveco; sus ídolos van a salir a escena y ella no debe ser vista. Ahí pasan. Peter y Ace, borrachos y en una nube de pedos, como siempre. Paul es una estrella, como su máscara: va tocando la guitarra desenchufada y canta, casualmente, “Shandi, esta noche debe durarnos para siempre…”. Pero ella no se siente concernida. En medio va Gene. Él sí da miedo. Es el verdadero misterio entre los misterios. Su rictus siempre de enojo, la capa que se despliega en alas de vampiro, el bajo en forma de hacha que suele tocar en posición casi vertical, como presto a blandirlo en lugar de hacerlo sonar, las botas recargadas de las que salen colmillos que se comen el suelo al andar, las plataformas que destrozan pollitos sobre el tablado para que los fans deliren, la lengua que se operó para poder hacerla flamear como una anguila y que llegue a todas partes  –esas cosas cuentan, y tiene que ser cierto—, la voz rasposa y fílmica que parece sonar a advertencia: “No te separes del resto porque si te encuentro sola no llegás al final de la película”, las uñas negras, el rodete prohibido (estamos a principios de los 80. Podemos aceptar  que un tipo ande por la vida disfrazado de gobelino y con la cara pintada, pero jamás que se peine con un rodete de señora). De los dos dueños de Kiss, Paul Stanley es glamoroso, Gene Simmons es peligroso. De los dos, Gene Simmons es Kiss. Él le puso las máscaras, le dio su apellido (el segundo de los tres que tuvo, el Klein de su madre húngara, Kis en la lengua materna) y convenció a quien hubiera que hacerlo de que ellos conquistarían el mundo. Él postergó su vocación de actor porque nadie debía conocer su cara. Él es el rebelde abstemio, el amante de cuatro mil mujeres de las que sólo conserva una Polaroid, el negociante capaz de venderse a sí mismo si después puede pasar a buscar la plata. Él, en 1983, poquito después de aquella aventura de Shandi, les dijo a los muchachos “ya está. Saquémonos las caretas”. Y, vaya sorpresa, bajo la facha del Demonio había otra igual de fulera, más normalita. Con ésta, hace 28 años que don Simmons la sigue careteando.
Es inevitable, tarde o temprano las máscaras caen. Hoy sabemos que Batman es Bruno Díaz, el Caballero Rojo es Imbelloni, Piñón salió en El Sensacional… Pero Shandi no lo sabe. Se perdió el show, que termina. Los Kiss vuelven al camarín, dejan sus personajes, se cambian. Podemos verlos porque justo están filmando el clip de Shandi. Se ponen la ropa de civil más grasa que pueda haber. Salen. Shandi los sorprende por la espalda. Les grita “¡Kiss!” y sonríe satisfecha. Va a lograrlo. Ellos se dan vuelta. Uh. No se han sacado el maquillaje. Simmons, el más alto, en el centro de la escena, la mira feo. Mala suerte, Shandi. O no. Vos sabés: verle la cara al Demonio no era una buena idea. Dejalo, nomás, que al final él te la muestre solo. 

Publicado en el diario La Unión del 25 de agosto de 2011.

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