jueves, 10 de noviembre de 2011

Tangalanga

Julio Victorio de Rissio nació el 10 de noviembre de 1916 en la Ciudad de Buenos Aires.


–Por ejemplo, un sobrino mío fue a cargar dos matafuegos para el auto de él. Y resulta que no mata fuego. Apenas si lo hiere al fuego.
Ahora es fácil. Se lee perfecto. Pero entonces había que parar la oreja, metidos en un Dodge 1500 con un autoestéreo marca Ocean comprado en la calle Libertad. Ahora podés grabar una conversación telefónica, pasarla por el Soundforge y suena fenómeno. Entonces dependíamos del sonido de las líneas del plan Megatel de Entel. Ahora todos sabemos, ¿quién no conoce al doctor Tangalanga? Entonces todavía algunos le decían Tarufetti (de la calle Cochabamba 1614, segundo piso, del lado de la calle), porque había pegado mucho la llamada de la estación de servicio (–¡El coche yo se lo voy a llevar y se lo voy a hacer meter en el orto!), la de “Francisco el cagón”. Ahora se consigue en CD, hay más de 40. Entonces lo teníamos porque alguien –de los pocos dueños de dobles caseteras, o algún hacendoso que mandaba el parlante del Unisef al lado del micrófono del National Panasonic y se quedaba media hora quieto y callado— lo había copiado de otro que lo había sacado de algún lado y lo tenía, en el mejor de los casos, en un TDK T (los TDK A no eran bien vistos) y en el peor, en un “Grandes Éxitos” de Aldo Monges robado a la vieja, al que le había puesto cinta scotch en los agujeritos de atrás para que anduviera la tecla de REC. El primer casette oficial salió recién en 1989, en medio de la hiperinflación. Con lo que valía un TDK de los buenos te comprabas diez de Tangalanga. Diez iguales, eso sí, porque había uno solo.
Con todas esas contras, nos enamoramos de Tangalanga a primera oída. Por varios motivos. Para empezar, venía a cumplirnos con creces la ilusión infantil imposible (la triple i) de la cargada telefónica compartida. Al “hola, sí, ¿con el señor Gallo?... Perdón, me equivoqué de gallinero… (risas)” que tanto les mentimos a nuestros compañeros de colegio que alguna vez lo habíamos hecho, él lo estaba haciendo de verdad, a escala de personas grandes, y no nos lo contaba sino que podíamos escucharlo. Además, Tangalanga era real, era la vida. Tato Bores hablaba con un falso Videla por un teléfono con forma de Pantera Rosa, Carlos Perciavalle se hacía el interrumpido por una inexistente Isabel Perón; eran chistes para señoras gordas y comerciantes en pantuflas. En cambio apareció él hablando con Marcelo de la heladería Gelato, con Francisco el mecánico, para que nos riéramos nosotros. ¿Pero qué más nos enamoró? Posiblemente, que no fuera una estrella ni quisiera serlo. Un hombre ya grande cuando empezó con este asunto, que no quiso conseguir fama o hacer un negocio sino alegrar a un amigo enfermo. Que nunca –ni al principio ni cuando se hizo conocido—se ocupó de difundir sus grabaciones, que ni siquiera quería que le conocieran la cara. Eso. Un tipo gracioso que tiene ganas de reírse un poco y a quien le gusta que la gente se ría. Y por eso, a los casi 95, sigue de joda y el domingo a la noche festeja en vivo en La Trastienda, en San Telmo. Apúrense si quieren ir porque ya casi no hay entradas, son muchos los fanáticos del Doctor que no querrán perderse su cumpleaños y la posibilidad de reírse un rato junto a él. Porque, claro, faltaba decir esto con todas las letras: Tangalanga nos enamoró porque nos hace cagar de risa.

Publicado en el diario La Unión del 10 de noviembre de 2011.

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