jueves, 8 de septiembre de 2011

Peter Sellers

Richard Henry Sellers nació el 8 de septiembre de 1925 en Southsea, condado de Hampshire, en el Reino Unido de Gran Bretaña. Murió el 24 de julio de 1980, en Londres, capital del Reino Unido.


La película se llama “El hombre que nunca existió”. Es una de guerra y espionaje, basada en hechos reales de la Segunda Guerra Mundial. Está buena. Más que nada, es una película vieja. Tiene 55 años. Y hemos visto ya mil veces la Gran Guerra en la pantalla grande trasladada a la pantalla chica de Cinemax. Los alemanes inhumanos y que se equivocan, los japoneses orgullosos e ingenuos, los angloparlantes superiores, los franceses e italianos de reparto. Incluso en películas como ésta, la historia real es cuidadosamente elegida para que responda a aquellos requisitos. Así es “El hombre que nunca existió”. No importa. Ahí está Peter Sellers por primera vez en un filme decente. No era un nene, andaba ya cerca de los 30. Y teniendo en cuenta que se murió a los 54, hay que decir que sorprende el poco tiempo durante el cual Peter Sellers fue Peter Sellers: menos de 25 años; menos de 18, contando desde el verdadero gran comienzo, las andanzas iniciales del inspector Jacques Clouseau en la primera Pantera Rosa. Un evento tan efímero como Videomatch, por ejemplo, ya es más largo que Peter Sellers. En “El hombre que nunca existió” Sellers es una voz, la de Winston Churchill. No aparece en pantalla y, sólo al final de la noria, sí en los créditos. No existe. Es el hombre que no existe en la película del hombre que no existe. Una metáfora un tanto pueril, pero adecuada. Dicen que así era Sellers: un personaje y luego otro, y otro, y nadie detrás de ellos. El actor absoluto. Sin una personalidad que viviera cuando los reflectores se apagaban. Uno no puede saber nada del todo con esta gente lejana que no aparecía en los programas de Rial o Susana Roccasalvo (Lucho Avilés y la Tía Valentina, habría que decir) como para que se supiera alguna cosa de ellos. Pero es probable que fuera como dicen. De qué otro modo alguien puede ser tan francés como el dicho Clouseau en la saga del diamante, tan indiscutiblemente indio como el apacible Hrundi V. Bakhsi de “La fiesta inolvidable” (si alguno vio esta película hace algunas décadas y se reencontró con ella en la tele últimamente, puede quedarse tranquilo, que el título original es, nomás, “La fiesta”), tan científico, tan loco y tan lo que sea que fuera que hubiera que ser en “Doctor Insólito” (ahora le dicen “Dr. Strangelove” los eruditos de superficie como Axel Kuschevatzy) –una lección de la que aprendió Mike Myers para Austin Powers pero no Eddie Murphy para sus barrabasadas—, tan propiamente inglés como el millonario que adopta a Ringo Starr en El Cristiano Mágico.
Por lo visto, Peter Sellers sabía que él no existía. Filmaba su vida privada, lo que hacía en su casa, sus salidas, reuniones familiares, paseos, discusiones. Llevó adelante un docudrama perpetuo en el que él actuaba de malvado, depresivo, simpático, manipulador, drogadicto, callado, alucinado, mandón, cordial o desubicado. Peter Sellers en los varios roles de Peter Sellers, mostrándoles a todos, igual que Chance Gardener en “Desde el jardín”, su nada y que a los demás les pareciera todo.
Volvamos al comienzo, a la película “El hombre que no existía”. Es una señal. Allí el que no existía era otro. Pero, a la vista del después, hay que suponer que en realidad era él, sólo que prefirió no serlo.

Publicado en el diario La Unión del 8 de septiembre de 2011.

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