Norberto Napolitano nació en Santa Isabel, provincia de Santa Fe, o en Buenos Aires, el 10 de marzo de 1950. Falleció en Luján, provincia de Buenos Aires, el 25 de febrero de 2005.
Primero una anécdota. Lucas Martí está en un bar. Pappo también, en el mismo. Pappo comenta algo sobre cierto disco “Alive” (pronunciado así, con todas las letras: a-ele-i-ve-e). Martí, hermanito de Emmanuel Horvilleur, más o menos músico, moderno, artista con más contexto que mérito, lo corrige: “Se dice ‘alaiv’”. Pappo le alcanza un billete. “Es para que te compres una cara nueva”, le explica. Y le rompe la ñata de un trompazo. Al día siguiente sale en la tele y en los diarios. Y, sí, lo que hizo está mal. Pero nos gusta, ¿no?
“Esta noche toca Pappo, no me lo puedo perder”, escribió y cantaba Charly García a comienzos de los 80, admirador sin ironías de un tipo que ya la gastaba cuando acá nadie sabía tocar la guitarra –tal vez sí Claudio Gabis, aunque de otro modo… Me estoy metiendo en terreno de otro columnista que sale más al medio del diario, me parece–. En la prehistoria transformó a Los Gatos de vanguardia nuevaolera a grupo de rock, con el riff y el solo de “Rock de la mujer perdida”. Después, en la historia, fue Pappo. Tocó. Suficiente. Dejémonos de pavadas y vamos a los bifes: los solos de Pappo’s Blues Volumen I (1972), los de “El marqués bajo la luz” en Ruedas de Metal, el primer disco de Riff (1981), el de “El mensajero nocturno” en Pappo y Hoy no es Hoy (1987), el de “Yo te amo más” en Buscando un amor, su último disco (2003). Como para hacer un paneo, nomás. “Era uno de los grandes bluseros que existieron. Punto”, dijo B.B. King cuando se enteró de la muerte de Pappo. Punto.
Y aparte. Por si fuera poco el asunto de la guitarra, detrás de ella estaba este tipo imponente, que tocaba y cantaba con voz de lata de Bardahl, pero nadie pudo hacer sonar una canción suya mejor que él. “Que cante Pappo, la puta que lo parió”, exigió la hinchada en Sala Uno el 14 de noviembre de 1980, cuando debutó Riff con otro cantor, Juan Carlos García Haymes, que duró sólo ese día y algunos más. Ahora mismo, en estos últimos años en que está muerto, todo el mundo canta ”Juntos a la par” –hasta Yulie Ruth, el autor, hace una versión que vos decís “¿cómo puede ser? Menos mal que la grabó Pappo”—, pero el único que te endereza los pelos es el quía cada vez que Galende manda la publicidad tramposa de los viejitos bailando en 6-7-8.
En Juan B. Justo y Andrés Lamas, esquina del barrio porteño de Villa General Mitre, está Pappo tocando la guitarra. Está dos veces, una en forma de silueta de acero al carbono y la otra, en el bajorrelieve de la placa del mismo metal de donde se recorta aquel contorno. Enjaulado –en una ciudad que se ha acostumbrado a darles importancia a las jaulas—, de su reja penden remeras, letreros, trapos, mensajes, poemas, en los vértices gruesos hay calcomanías de motoqueros fanáticos de Pappo mismo más que de su música, en los rincones flores, púas de guitarrista, alguna foto. Fanatismo, amor, idolatría. Admiración. ¿Se puede decir que alguien es “el mejor guitarrista”? Es difícil comprobarlo, esas cosas no se miden, no son como los goles de Palermo o los edificios de César Pelli. Quiere decir, entonces, que se puede y es incontrastable, así que lo digo: Pappo fue el mejor guitarrista argentino, de entonces, de antes y de ahora, de cualquier género, de todas las guitarras. Y como dijo B.B. King: punto.
Publicado en la edición Nº 38.864 del diario La Unión, el 11 de marzo de 2011.
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