jueves, 3 de marzo de 2011

Fabiana Cantilo

Fabiana Cantilo nació en Buenos Aires el 3 de marzo de 1959.


Mi nombre es todo lo que tengo. Como el tipo ése, Joe, el borrachete animoso de la película de Ken Loach. Vallejos. Nombre plural pero uno solo, como Carlos, como Lucas. Único. Nombre y nada más. Como Dunga, como Topa, como Jackaroe.
Como Fabiana no. En ella, donde termina su nombre vienen los apellidos: Cantilo Luro Pueyrredón. Un compendio de avenidas al que Fabiana tuvo el tino de no agregarle. No como hizo su prima Patricia que al Bullrich Luro Pueyrredón le sumó, al paso del tiempo, Jotapé, Menemismo, Nueva Dirigencia, Frepaso, Ucerre, Ucedé, Unión por Todos, Recrear, Coalición Cívica y Lilita. Fabiana, en cambio, no necesita apellidos; no los lleva puestos. Una Cantilo Luro Pueyrredón que se merezca no reaccionaría como lo hizo ella hace dos meses, después de haber sufrido un asalto en su casa de cuerpo presente. Diría –una Cantilo etcétera etcétera— “me tuvieron secuestrada”, “nadie nos protege” o el clásico y siempre de moda “lo que pasa es que los derechos humanos son sólo para los delincuentes”. Fabiana, en cambio, dijo “me ataron con un piolín de audio pero fue medio simbólico”, “voy a poner una reja alta así, con pinches” y “me trataron bárbaro, buena onda los pibes. Estaban asustados y apurados”. Curioso: medio en las nubes, como se la ve desde que salió de la clínica de rehabilitación, y despistada e ida como es desde que la conocemos, lo suyo tuvo más sentido común que lo de tantas víctimas de robos que escuchamos. Como cualquier ser humano, no quiere que la afanen (por eso la reja, los pinches), pero entiende que los ladrones (los pibes, asustados, apurados, buena onda) están peor que ella (peor económicamente, socialmente, peor presente, peor futuro), aún después de haberle robado.
Nadie la tomó en serio a Fabiana. Lógico. Más allá de la sensatez, el discurso no estuvo muy ordenado. Fabiana no puede hilar tres frases seguidas. Ella es la chica “tonta”, “loca” y “talentosa” (todo entre comillas), aun ahora que ya pasó los 50. La que no carga con sus apellidos , ni siquiera con su nombre. Le sobra con ser Fabi. La que conocimos veinteañera, cuando era la minifalda necesaria para que Los Twist fueran definitivamente atractivos. Que después nos conquistó, a mí y a los muchachos, y llegamos a pagar campo en Obras para verla cantar “Mi enfermedad” con un Calamaro que era menos que ella. Que nos dejó en banda un día que fuimos hasta Liniers (¡Liniers!) a verla cantar. “Se suspende el show. Fabiana tuvo un accidente”, nos dijo un tipo en la puerta. Sospechamos cuando a la semana siguiente tocó y cantó sin problemas. Y confirmamos cuando Fito Páez la mandó en cana con eso de “el día que dejaste de actuar sólo para darme amoooor… para darme amooor…”.
Y ahí dijimos basta, los muchachos y yo. No por despecho sino que ya era suficiente. Perdimos el interés. “Nada es para siempre” nos pareció muy linda, pero al fin y al cabo una canción para chicas. “Inconsciente colectivo” no nos hizo falta; tenemos los impares discos de Charly. Y de otras cosas de ella ni sabemos. Es que nos fuimos poniendo grandes, nosotros. Fabi no; ella nada más se arrugó un poco.

Publicado en la edición Nº 38.858 del diario La Unión, el 3 de marzo de 2011.

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