jueves, 31 de marzo de 2011

Facundo Arana

Facundo Arana nació en Buenos Aires el 31 de marzo de 1972.


Hay una canción más o menos conocida, “A whiter shade of pale”. En Capital, en la estación Pueyrredón del subte D, en el pasillo que sale a la esquina noreste de Santa Fe y Pueyrredón, hace ya unos 10 ó 12 años había un muchacho que la tocaba en la armónica acompañándose con la guitarra y era una maravilla, daba gusto quedarse en el pasillo escuchando cómo reverberaba la melodía en los recovecos. Un pibe flaco, medio narigón, con unos granos de acné ahí abajo del moflete. Nada que ver con el que estaba antes, que tocaba el saxofón. No tocaba tan bien como el de la armónica. Pero era alto, lindo, rubio, pelo largo, ojitos claros, aunque para saber esto había que prestarle mucha atención porque estaba siempre con los ojos cerrados, pero las chicas y las señoras le daban. Atención, digo, le daban. Al de la armónica no; el de la armónica me gustaba más a mí. Ellas se quedaban con el otro, el del saxo, Facundo Arana. Pero un día Facundo Arana se fue a la tele, y vino el de la armónica y “A whiter shade of pale”. Mala suerte para ellas.
Esto lo tendría que escribir una mujer. Yo no llego a captar totalmente el meollo del asunto. Voy a hacer lo posible, pero sepan, señoras, que a veces lo posible no alcanza.
Facundo Arana, hay que decirlo, fue afirmando atributos a lo largo de su carrera actoral. Al principio –Canto Rodado, El Rafa, Muñeca Brava...— era un rubio lindo, pero lindo-lindo, eh. Con el transcurrir del tiempo no sólo fue eso, sino que logró que todos sus personajes –un salvaje, un policía, un empresario, un cura, un antropólogo/detective— tengan el pelo largo y anden despeinados y con la barba a medio afeitar.
Facundo Arana fue, también, quien encarnó al personaje más extraordinario de las telenovelas argentinas. Veamos, si no, punto por punto: 1) Tenía doble personalidad, pero las dos iban vestidas igual, de cura franciscano. 2) Con la capucha baja era el Padre Juan; con la capucha puesta, el bandido justiciero “Coraje”. Y nadie se daba cuenta de que eran la misma persona. 3) Cuando empezaba la trama no se sabía ni el catecismo, pero un par de días y ya daba misa y confesaba como si fuera el padre Lombardero. 4)  Con sólo mover un brazo aniquiló una plaga de moscas que se abatía sobre el pueblo. 5) Se encontraba con Perón, y era el General el que le pedía una gauchada a él. También con Evita, Gatica, Fangio y Tita Merello. Y siempre sin salir del pueblito perdido donde estaba. 6) Y con todo esto, igual se daba tiempo para cumplir las funciones básicas de galán de telenovela, enamorando a la chica menos conveniente. 7) Ah, sí: en los títulos el Paz Martínez cantaba “prohibido nuestro amor. ¡¿Y qué?!” y te partía al medio.
Ahora que veo, incluso la parte del saxo y el subte, la de la enfermedad de Hodgkins que acá no contamos porque quién no la sabe, la imagen civil de tipo más bueno y aburrido que el Pupi Zanetti, todo está de sobra antes y después de ese ícono fantástico que fue el Padre Coraje.
Capucha abajo. “Hola, padre Juan, ¿cómo le va?”. Capucha arriba. “¡Coraje! ¿Y el padre Juan, que recién estaba acá, se fue?”. Capucha abajo. “Ah, padre Juan, pensé que se había ido. Recién vino Coraje, ¿no lo vio?”. Capucha arriba. “¡Coraje! ¿Te quedás o te vas?”. ¡Maravilloso!

Publicado en la edición Nº 38.882 del diario La Unión, el 31 de marzo de 2011.

jueves, 17 de marzo de 2011

Pattie Boyd

Patricia Boyd nació en Taunton, capital del condado de Somerset, Inglaterra, el 17 de marzo de 1944.


El cuento verdadero termina mal porque termina bien. Un buen melodrama habría tenido su momento culminante: él se suicida y ella lo encuentra muerto y desangrado justo cuando había ido a decirle que estaba decidida a dejar a su esposo para quedarse con él. O –más frío, más inglés, pero igualmente sólido— ella le dice que no lo quiere y se va, pero todos sabemos que es mentira, que en realidad lo ama locamente. O tantas otras variantes sobre el mismo asunto, ¿no? Pero no la del auténtico relato, bastante rutinaria y desgraciada: ella se separa de su marido, sí, pero no para irse con él sino porque el tipo es un mujeriego lunático seguidor del gurú Maharishi. Al tiempo sí se casan, conviven los años suficientes para que la relación se vaya desgastando, y finalmente se separan con ella afirmando que él es “un borracho abominable”.
La historia de Pattie Boyd son tres canciones; el resto de su biografía no tiene demasiado interés. A Nelly Omar, Manzi le hizo “Malena”. Agustín Lara le dedicó “María Bonita” a María Félix. A otro nivel, Luis Aguilé se despachó con “Señora Mirtha Legrand” y, del lado opuesto, Shakira grabó la increíble “Suerte” para Antoñito. Pero Pattie no tuvo sólo una, sino tres de las muy buenas. En 1969, George Harrison le escribió “Something”. En 1977, Eric Clapton le dedicó “Wonderful Tonight”. Y en medio de las dos, la que nos ocupa (si esto estuviera escrito en inglés, “in the middle of the two”, se podría leer también como “en medio de los dos”, y la frase tendría doble sentido). Los que saben quién es Pattie Boyd seguro que ya conocen la historia: estamos a comienzos de los 70, Harrison y Clapton son amigos, suelen tocar juntos… todo eso. George está casado con Pattie. Eric se enamora como un bobo de la mujer de su amigo. Un día le muestra (a ella) una canción que acaba de componer. El riff de guitarra es como para volarle el mate a cualquiera (lógico, es Eric Clapton); la letra dice nada lo suficiente para que ella entienda. Cosas como “me tenés de rodillas”, “te estoy rogando”, “resolvamos esto antes de que me vuelva loco”. Y por si hiciera falta más, la canción se llama “Layla”, como la princesa de un cuento árabe que, obligada por su padre, se casa con un noble y deja en banda a su joven enamorado.
Hasta ahí, la novela está que arde. Y habría seguido en ese nivel si al terminar de escuchar la canción ella le hubiera dicho: “Tenés razón, negro, lo largo al limado éste de George y me voy con vos”. Pero no, lo que le dijo fue algo así como: “Pará un poco. Si grabás esto todo el mundo se va a dar cuenta de que soy yo”. La historia empieza a caerse a pedazos. Eric hace el último esfuerzo con la frase final del tema: “Por favor, no digas que nunca encontraremos la manera; mejor decime que mi amor es en vano”. Pero no resulta. De ahí en más, ella tira abajo todo, paso a paso: lo rechaza a Clapton, se separa de Harrison, lo va a buscar a Clapton y le dice “bueno, nos casamos” (¡ah, claro! ¡Qué viva!) y finalmente se separa y lo denigra por chupitegui. ¿Y quieren algo peor? Últimamente se gana el billete yirando por el mundo con una exposición de fotos que sacó durante sus días “con George y Eric”. Una turra.
Por eso, estas palabras no están dedicadas a vos, Patricia. Primero, porque no te las merecés. Y segundo, porque no quiero que dentro de unos años andes por ahí exponiendo fotos mías.

Publicado en la edición Nº 38.870 del diario La Unión, el 17 de marzo de 2011.

jueves, 10 de marzo de 2011

Pappo

Norberto Napolitano nació en Santa Isabel, provincia de Santa Fe, o en Buenos Aires, el 10 de marzo de 1950. Falleció en Luján, provincia de Buenos Aires, el 25 de febrero de 2005.


Primero una anécdota. Lucas Martí está en un bar. Pappo también, en el mismo. Pappo comenta algo sobre cierto disco “Alive” (pronunciado así, con todas las letras: a-ele-i-ve-e). Martí, hermanito de Emmanuel Horvilleur, más o menos músico, moderno, artista con más contexto que mérito, lo corrige: “Se dice ‘alaiv’”. Pappo le alcanza un billete. “Es para que te compres una cara nueva”, le explica. Y le rompe la ñata de un trompazo. Al día siguiente sale en la tele y en los diarios. Y, sí, lo que hizo está mal. Pero nos gusta, ¿no?
 “Esta noche toca Pappo, no me lo puedo perder”, escribió y cantaba Charly García a comienzos de los 80, admirador sin ironías de un tipo que ya la gastaba cuando acá nadie sabía tocar la guitarra –tal vez sí Claudio Gabis, aunque de otro modo… Me estoy metiendo en terreno de otro columnista que sale más al medio del diario, me parece–. En la prehistoria transformó a Los Gatos de vanguardia nuevaolera a grupo de rock, con el riff y el solo de “Rock de la mujer perdida”. Después, en la historia, fue Pappo. Tocó. Suficiente. Dejémonos de pavadas y vamos a los bifes: los solos de Pappo’s Blues Volumen I (1972), los de “El marqués bajo la luz” en Ruedas de Metal, el primer disco de Riff (1981), el de “El mensajero nocturno” en Pappo y Hoy no es Hoy (1987), el de “Yo te amo más” en Buscando un amor, su último disco (2003). Como para hacer un paneo, nomás. “Era uno de los grandes bluseros que existieron. Punto”, dijo B.B. King cuando se enteró de la muerte de Pappo. Punto.
Y aparte. Por si fuera poco el asunto de la guitarra, detrás de ella estaba este tipo imponente, que tocaba y cantaba con voz de lata de Bardahl, pero nadie pudo hacer sonar una canción suya mejor que él. “Que cante Pappo, la puta que lo parió”, exigió la hinchada en Sala Uno el 14 de noviembre de 1980, cuando debutó Riff con otro cantor, Juan Carlos García Haymes, que duró sólo ese día y algunos más. Ahora mismo, en estos últimos años en que está muerto, todo el mundo canta ”Juntos a la par” –hasta Yulie Ruth, el autor, hace una versión que vos decís “¿cómo puede ser? Menos mal que la grabó Pappo”—, pero el único que te endereza los pelos es el quía cada vez que Galende manda la publicidad tramposa de los viejitos bailando en 6-7-8.
En Juan B. Justo y Andrés Lamas, esquina del barrio porteño de Villa General Mitre, está Pappo tocando la guitarra. Está dos veces, una en forma de silueta de acero al carbono y la otra, en el bajorrelieve de la placa del mismo metal de donde se recorta aquel contorno. Enjaulado –en una ciudad que se ha acostumbrado a darles importancia a las jaulas—, de su reja penden remeras, letreros, trapos, mensajes, poemas, en los vértices gruesos hay calcomanías de motoqueros fanáticos de Pappo mismo más que de su música, en los rincones flores, púas de guitarrista, alguna foto. Fanatismo, amor, idolatría. Admiración. ¿Se puede decir que alguien es “el mejor guitarrista”? Es difícil comprobarlo, esas cosas no se miden, no son como los goles de Palermo o los edificios de César Pelli. Quiere decir, entonces, que se puede y es incontrastable, así que lo digo: Pappo fue el mejor guitarrista argentino, de entonces, de antes y de ahora, de cualquier género, de todas las guitarras. Y como dijo B.B. King: punto.

Publicado en la edición Nº 38.864 del diario La Unión, el 11 de marzo de 2011.

jueves, 3 de marzo de 2011

Fabiana Cantilo

Fabiana Cantilo nació en Buenos Aires el 3 de marzo de 1959.


Mi nombre es todo lo que tengo. Como el tipo ése, Joe, el borrachete animoso de la película de Ken Loach. Vallejos. Nombre plural pero uno solo, como Carlos, como Lucas. Único. Nombre y nada más. Como Dunga, como Topa, como Jackaroe.
Como Fabiana no. En ella, donde termina su nombre vienen los apellidos: Cantilo Luro Pueyrredón. Un compendio de avenidas al que Fabiana tuvo el tino de no agregarle. No como hizo su prima Patricia que al Bullrich Luro Pueyrredón le sumó, al paso del tiempo, Jotapé, Menemismo, Nueva Dirigencia, Frepaso, Ucerre, Ucedé, Unión por Todos, Recrear, Coalición Cívica y Lilita. Fabiana, en cambio, no necesita apellidos; no los lleva puestos. Una Cantilo Luro Pueyrredón que se merezca no reaccionaría como lo hizo ella hace dos meses, después de haber sufrido un asalto en su casa de cuerpo presente. Diría –una Cantilo etcétera etcétera— “me tuvieron secuestrada”, “nadie nos protege” o el clásico y siempre de moda “lo que pasa es que los derechos humanos son sólo para los delincuentes”. Fabiana, en cambio, dijo “me ataron con un piolín de audio pero fue medio simbólico”, “voy a poner una reja alta así, con pinches” y “me trataron bárbaro, buena onda los pibes. Estaban asustados y apurados”. Curioso: medio en las nubes, como se la ve desde que salió de la clínica de rehabilitación, y despistada e ida como es desde que la conocemos, lo suyo tuvo más sentido común que lo de tantas víctimas de robos que escuchamos. Como cualquier ser humano, no quiere que la afanen (por eso la reja, los pinches), pero entiende que los ladrones (los pibes, asustados, apurados, buena onda) están peor que ella (peor económicamente, socialmente, peor presente, peor futuro), aún después de haberle robado.
Nadie la tomó en serio a Fabiana. Lógico. Más allá de la sensatez, el discurso no estuvo muy ordenado. Fabiana no puede hilar tres frases seguidas. Ella es la chica “tonta”, “loca” y “talentosa” (todo entre comillas), aun ahora que ya pasó los 50. La que no carga con sus apellidos , ni siquiera con su nombre. Le sobra con ser Fabi. La que conocimos veinteañera, cuando era la minifalda necesaria para que Los Twist fueran definitivamente atractivos. Que después nos conquistó, a mí y a los muchachos, y llegamos a pagar campo en Obras para verla cantar “Mi enfermedad” con un Calamaro que era menos que ella. Que nos dejó en banda un día que fuimos hasta Liniers (¡Liniers!) a verla cantar. “Se suspende el show. Fabiana tuvo un accidente”, nos dijo un tipo en la puerta. Sospechamos cuando a la semana siguiente tocó y cantó sin problemas. Y confirmamos cuando Fito Páez la mandó en cana con eso de “el día que dejaste de actuar sólo para darme amoooor… para darme amooor…”.
Y ahí dijimos basta, los muchachos y yo. No por despecho sino que ya era suficiente. Perdimos el interés. “Nada es para siempre” nos pareció muy linda, pero al fin y al cabo una canción para chicas. “Inconsciente colectivo” no nos hizo falta; tenemos los impares discos de Charly. Y de otras cosas de ella ni sabemos. Es que nos fuimos poniendo grandes, nosotros. Fabi no; ella nada más se arrugó un poco.

Publicado en la edición Nº 38.858 del diario La Unión, el 3 de marzo de 2011.