jueves, 19 de abril de 2012

Luis Miguel

Luis Miguel Gallego Basteri nació el 19 de abril de 1970 en San Juan, Puerto Rico.


–¡Qué voz tiene este niño! ¡Qué maravilla! ¡Si va a ser un cantante extraordinario!
–¿Qué dices? ¿Que vamos a ganar mucho dinero con qué?
Es la mar de fácil imaginarse un supuesto diálogo así, entre padres artistas y allegados del ambiente entusiasmados con lo que daba y prometía la garganta del pequeño Luchito.
Pero no nos circunscribamos a Luis Miguel. Hablemos, mejor, de mi amigo Fabio, un tipo bastante más divertido que el puertorriqueño cantor. A mediados de los 80 todos nos matábamos con Yes, que había venido a tocar a Vélez cuando no existía que viniera una banda extranjera, con The Police, Iron Maiden, los Stones adultos, Peter Gabriel y su Amnesty y, por supuesto Charly García. Menos Fabio. Él era incapaz de nombrar dos canciones de Piano Bar y, aunque tocaba el bajo en una banda metaloide, no sabía diferenciar a Bruce Dickinson de Rick Astley. Hasta Riff le importaba un pito. Lo de él era Luis Miguel. Sacaba –más o menos— los tonos de las canciones en la guitarra, tenía todos los discos, unos cuantos pósters y era de los que iban a la puerta del Hyatt si Luis estaba en Buenos Aires. La primera vez que el pibe cantó en el Luna con la voz gruesa (le tuvieron que cambiar el arreglo del “tú y yo, los dos, el pájaro y la flor”, me imagino), de puro fan hizo correr la bola de que Luis Miguel estaba por salir del estacionamiento y lo sacó a su hermano, el Chori, rubio y melenudo, tapándose la cara con la campera en el asiento de atrás del auto. Hordas de jovencitas enloquecidas se treparon al capó y el techo del Falcon de don Tony (el padre de Fabio, sí) y casi le hacen destrucción total mientras el hermano corría riesgo de asesinato si llegaba a asomar un ojo y saltaba el engaño.
Era inexplicable, porque no éramos nenes, teníamos más de 20 años, tal pasión de un muchacho grande por un carilindo romántico. “Canta como la puta que lo parió”, decía Fabio, y era cierto. Tanto como que él también se volvía loco por Sergio Denis, lo que invalidaba cualquier apreciación musical suya.
¿Por qué lo hacía? ¿Por las pendejas? Seguramente no; su gusto era genuino. Pero es cierto que mientras los demás nos chocábamos las guindas en recitales de Memphis –todo muy lindo, sí, con mucha onda, pero había como mucho una única señorita y estaba con el baterista–, él, gracias a Luismi, se movía en un ámbito mucho más abarcativo del espectro femenino. Y que, a lo largo de casi 30 años, Fabio anduvo gordo, flaco, musculoso, fofo, pudiente, pobre, enamorado, desengañado, dandy y cornudo, pero siempre con chicas a su alrededor o en la mira. Y gracias a Luismi. Y tanto anduvo que llegó a ser experto en novias en los programas de Ari Paluch y Pettinato, consejero de jóvenes despechados por internet y ahora es escritor y sus libros sobre conductas relativas de las féminas se exhiben en los estantes de “Autoayuda”. Todo gracias a Luismi. Y ahora que somos grandes, los demás reconocemos, nos guste o no –mayormente, no—que el puertorriqueño de los dientes con intermezzo y el peinado sospechoso la mueve lindo con las cuerdas vocales. Porque el “que no sabes lo que tú me haces sentir” te pone a 120, la interpretación de “no culpes a la plaia” es tan grasa como impecable y el último fraseo de “Palabra de honor”, es el non plus ultra de los cantores con manicura. Aprendimos a saber que, en el juego que juega, Luismi la rompe. Y fue gracias a Fabio.

Publicado en el diario La Unión del 19 de abril de 2012.

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