Carlos Alberto Reutemann nació en la ciudad de Santa Fe el 12 de abril de 1942.
Fue y le devolvió al periodista amigo los varios cientos de dólares que el otro le había dado a ella la noche anterior para que ella los reventara en el black jack. “Tomá –se los devolvió y le dijo— pero nunca más le prestes un centavo”. Él jamás le liberaba el efectivo. Y en esos años no había Banelco. Ella era una chica dispendiosa, de familia bian, que nunca había padecido apreturas y vivía como si la guita fuera el aire. Él era en lo económico un buen partido, un buen nombre y un buen hombre. Pero le faltaba glamour. Ella, quizás, envidiaba la facha loca de James Hunt, la vida de playboy de Laffite, la flmaa tana de Andretti, los lujos millonarios de Merzario, incluso el magnetismo sci-fi de Niki. Y lamentaba, quizá, que de todos el suyo fuese el gaucho que de chico iba a la escuela a caballo y que había aprendido a correr arriba de un tractor y a ser metódico y cauto dándoles de comer a los chanchos.
No le fue mal a Lole en la Fórmula Uno, aunque parecía que sí porque no salía campeón. Con sus maneras de “una duda es una duda y no una instancia a optar” corrió en los mejores equipos, ganó 12 grandes premios y no llegó al título mundial porque el venenoso de Frank Williams le metió el piripipí a su auto en la última carrera de 1981. Seguramente es por eso que lo seguimos viendo más como un ex piloto de F1 que como un político, aun cuando anduvo sólo 10 años sobre Brabhams, Ferraris y Lótuses y en la política ya lleva más de 20 con cargos públicos tan destacados como gobernador o senador de la Nación.
O será que cuando él corría la gente se levantaba los domingos a la mañana para verlo, se fumaba los relatos y comentarios de Cando y Acosta y se hacía malasangre delante de la pantalla hasta que el Lole abandonaba, terminaba segundo o tercero o ganaba. En cambio su política de frialdad y cautela nunca emocionó demasiado a nadie. O es posible que así como en el automovilismo llegó hasta donde llegó y fue bastante, en la política también haya avanzado hasta donde es capaz de avanzar y no es para tanto. Quién sabe. La política es a veces ciencia oculta para las mayorías.
Cosas de la vida: siempre esperamos un logro mayor del Lole piloto. Es que veíamos que tenía con qué, pero no pudo ser. En cambio, el Lole político, de quien no esperábamos ya nada trascendente, nos concedió el logro más grande cuando dijo “vi algo que no me gustó” y se fue a boxes. No hubo Lole y el capocheta, usualmente corto de vista, se creyó que de verdad Néstor podía ser su chirolita. ¿Sabría Lole que al tirarse a la banquina le abría paso a semejante Presidente? Difícil, pero seamos buenos y pensemos que sí. Que igual que aquella vez en la carrera de Brasil, cuando le mostraron el cartel de “JONES-REUT” y él no obedeció porque sabía que ganaba, en las elecciones de 2003 le mostraron el de “REUT-KIRCH” y tampoco le hizo caso porque entendió que ganábamos todos. No es verdad, pero vamos a hacerle este regalo en reciprocidad porque él puso su parte para regalarnos aquel Néstor, y ya que es su cumpleaños.
Publicado en el diario La Unión del 12 de abril de 2012.
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