Levantó el tubo gordo del teléfono púbico anaranjado, metió el cospel y discó. Trrrrr… trrrrk… seis veces. Muchos años más tarde, a ese mismo lugar llamaría por celular (y con el 4 adelante en la característica). La campanilla larga y pausada sonó dos o tres veces. Y atendió Dios.
–¿Quién habla? –preguntó Dios por educación, porque sabía.
–Yo … Carlitos.
–¿Y qué querés?
Dios es misericordioso pero de pocas palabras.
–Jugar bien a la pelota, Dios. Hacer goles. Pero soy medio patadura, no sé gambetear.
–A ver, Carlitos, decime: ¿qué parte del cuerpo es más importante para jugar bien a la pelota?
–Y… Los pies. Son los pies, ¿no?
–No.
–¿No?
–No. No son los pies. Es la cabeza.
–¿La cabeza? ¿Para hacer goles de cabeza?
–No, Carlitos. Para pensar. Lo más importante en el fútbol es pensar. Vos pensá, Carlitos. Pensá y salís –le dijo Dios, que tenía la cara de Alejandro Urdapilleta y se le veía aunque estuviera hablando por teléfono porque es Dios.
Carlitos pensó y empezó a meter goles. Montones. No era muy alto, habilidoso o superveloz, no tenía una pegada especial, era algo miope y se veía que iba a quedarse calvo. Pero sabía dónde estar y qué hacer para mandar la redonda a las piolas del arco. Hizo pilas de goles. A los 18 años debutó en la Primera de Vélez y a los 20 ya era el goleador del equipo. Esos locos que llevan las estadísticas de toda la historia del fútbol suelen discutir si Labruna tiene el récord de goles con 293 o Erico hizo 295. Carlitos en la Argentina metió 206, pero regaló ocho años durante los cuales jugó en Francia. Y allá clavó otros 179. Hagan cuentas.
Pese a tanto, nunca pudo destacarse en la Selección. Dios no es como el diablo de Goethe pero tiene lo suyo. Por algún lado te cobra. Si no, todos seríamos Messi y Paul McCartney. Carlitos jamás jugó un Mundial. Por una u otra cosa, los entrenadores del seleccionado siempre eligieron a otro.
La historia de Carlitos técnico es más sabida, no hace falta explayarse tanto. Siguiendo aquel consejo de Urdapilleta, pensando, armó equipos invencibles, ganó torneos nacionales, copas internacionales y del Mundo. Y las veces que la cosa se puso dura, marcó aquel número de teléfono –ahora en su celular– y Dios le dijo “decile al arquero que se tire para allá, que la ataja”. Y el arquero se tiró para allá. Y la atajó.
Carlitos fue el DT número uno de la Argentina casi desde que empezó y para siempre. El más votado en todas las encuestas. El más nombrado y el elegido de los hinchas cada vez que hubo que contratar un técnico nuevo para la Selección. Pero por una u otra cosa, nunca la dirigió. Un día marcó, una vez más, ese número. Quería saber, posta, qué estaba pasando.
–¿Qué querés, Carlitos? –lo atendió Dios. A esta altura ya pasaba por alto la formalidad de preguntar quién hablaba.
–Quiero saber por qué nunca la Selección.
Dios se encogió de hombros, arqueó los labios hacia abajo y frunció la frente.
–Ah, no sé. Ojala yo quiera –dijo Dios, acentuando “ojala” grave– que un día pueda ser. Pero yo no decido. Yo hago lo que dicen los clubes.
“¿Se habrá ligado?”, pensó Carlitos. Dios ahora tenía otra cara: cara de humilde ferretero de Sarandí, ojos chiquitos, mentón corto, papada. Y un anillo grueso de oro que decía “Todo pasa”.
Publicado en el diario La Unión del 26 de abril de 2012.