jueves, 8 de marzo de 2012

Kat Von D

Katherine von Drachenberg Galeano nació el 8 de marzo de 1982 en Montemorelos, Nuevo León, México.


Me pregunto si alguna vez llega el momento en que algunos tatuadores y tatuados se sienten frustrados con la piel que habitan. Empiezan por hacerse un tatuaje: un dibujito, una guarda, unos ideogramas chinos, el nombre de alguien, Jesús, el Che Guevara, Homero Simpson los más tontos. Siguen. Se hacen otro. Algo que les parece relevante y digno de ser puesto en tinta, algo que le queda bien a su brazo, su pecho, su espalda o el nacimiento de su culo, algo nuevo, algo azul, algo prestado. O están aburridos de verse como se ven y ¡fa! un tatuaje. Hasta que un día quieren otro y ya no tienen dónde. Entonces, pienso yo, se frustran, se dedican al grafiti o la pintura decorativa, se dividen la lengua en dos o se pintan las uñas.
Kat Von D es la más famosa de todos los tatuadores del mundo. Aparentemente lo hace muy bien. Además, da linda y sexy en la tele, muestra el ombligo, tacos altos, boca roja, pelo raro, y le sobra para que LA Ink, el inverosímil reality que la exhibe día tras día en su negocio sea un éxito en muchas partes. Acá es marginal, sólo para fanáticos o entendidos, está a la cola de la grilla del cable. A Kat todavía le queda algo de espacio como para no frustrarse. Tiene un fárrago de dibujos y letras en piernas, brazos y manos, cuello, pecho y espalda, 21 estrellas bordeándole la izquierda de la cara y un rayito que viborea al lado del ojo derecho. Es hija de argentinos, y la conexión país siempre suma. Funcionó con Roland Orzabal, Roberto Baggio y los novios perfectos Matt Damon y Michael Bublé. ¿Por qué no iba a andar bien con Kat?
En el programa, ella es la jefa que preconiza “todos somos amigos” y trata como el upite a todo el mundo. Está Corey, otro tatuador, su amigo del alma salvo las veces que discuten por qué hora es, o cosa así, y él se va, pone su propio negocio pero después vuelve. También Adrienne, la encargada que basurea a todos pero como no habla nadie lo sabe. Y Liz, que entró de cadeta pero ella quiere ser gerenta de RRHH. Craig, la competencia, un tatuador de saco y corbata que se babea. Amy, que se pinta las cejas a la altura donde a Víctor Hugo Morales le nace el pelo. Y Nikki Sixx, el bajista de Mötley Crüe, circunstancial novio de Kat. Y un montón más de ridículos que van, vienen y desaparecen. Todo parece un montaje. Es Estados Unidos (“esto es América”, dirían ellos): no hay nada que no esté arreglado. Los clientes, la parte menos relevante de la trama, son lo más creíble. Entra un quía de musculosa y pide: “Quiero hacerme este platillo de sopa humeante porque representa el sudor de mi novia que murió en un accidente en un sauna turco y nunca dejaré de amarla”. Las temáticas son otras pero el esquema motivacional es semejante al que podemos encontrar en cualquier local de tattoo de la Galería Laprida. Allá y acá. Marilyn y el Che. Una rosa espinosa y un jazmín del país. La bandera de los estados confederados y la albiceleste. Una Harley Davidson y el escudo del Taladro. Un símbolo apache y una guarda pampa. Un nombre: Debbie y otro: Claudia. Una frase en chino y una frase en chino. Puros argumentos buscados para decorarse como si fuese indigno admitir que simplemente se quieren pinturrajear un poco. Acá y allá casi no hay diferencia. Sólo que acá la gráfica la hace un tipo con piercings, orejas de cocker y pantalones tres cuartos. Y allá la dibuja Kat Von D. Vaya si la dibuja.

Publicado en el diario La Unión del 8 de marzo de 2012.

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