Mario Girotti nació en Venecia, Italia, el 29 de marzo de 1939.
El sueño del pibe –del “muchacho”, para ponerlo en términos de cine clásico— era conocer a Jack Beauregard. Al gran, el incomparable, Jack Beauregard, el pistolero más rápido del far west, legendario cowboy que desenfundaba, disparaba y guardaba sin que se viera que el arma hubiera salido de la cartuchera. Beauregard peleaba contra bandidos y maleantes y contra la fama que, a su edad, le impedía retirarse. Todo el tiempo, alguien lo provocaba o lo retaba a duelo sólo para convertirse en “el hombre que mató a Jack Beauregard”. Y a él no le quedaba otra que seguir batiéndose y matando. Tenía que desconfiar hasta del peluquero –del barbero, según se le decía—y hacerse afeitar a punta de pistola.
El muchacho sin nombre se hacía llamar Nadie. El chiste era obvio: “Nadie es más rápido que Beauregard”. Pero el pibe no quería batirse contra él sino con él. Y derrotar, los dos juntos, a los bandidos del terrible Grupo Salvaje.
Acá la película se llamó “Ahora mi nombre es Nadie”, traducción de los originales “My name is Nobody” e “Il mio nome è Nessuno” –como tantas en su género, la película se editó oficialmente en dos versiones, en inglés y en italiano—. Y fue una mamushka rusa de botas, chaleco y pistolas humeantes, símbolo de un antes y después dentro de otro. Nadie era el muchachito que venía a ocupar el lugar del ya vivido Beauregard. El western spaghetti cerraba su círculo como la variante moderna a las legendarias aventuras de John Wayne, Alan Ladd o Henry Fonda. Y, en los roles estelares, el propio Fonda era el veterano en retirada y Terence Hill la estrella que acá se instalaba como héroe a la par, quizá, de Giuliano Gemma y ningún otro.
“Yo trabajo solo”, le remachaba Jack a Nadie, pegado a él como un monitor. Pero, al fin, era inevitable que enfrentaran juntos al Grupo Salvaje. Beauregard supo que el jefe de la pandilla había matado a su hermano, Nevada Kid. Ya tenía un motivo. Nadie hizo los arreglos necesarios y así llega la imponente escena de los dos justicieros frente a la horda de salvajes, acertándoles con sus balas y haciendo estallar la dinamita en sus monturas.
Hill, que venía de reventar taquillas con las dos entregas de Trinity en las que junto a Bud Spencer destrozaban el falso Oeste a trompadas y tiros, siempre evaluó esta de Nadie como su gran película. Aun cuando las anteriores fueron tan populares que los viejos fans de barrio siguen refiriéndose a “Ahora mi nombre es Nadie” como “la mejor de Trinity”. Aun cuando con el gordo Spencer hizo historia en 17 filmes que fueron del Oeste a Miami, Brasil o España. Desde 1968, cuando emergió a pistoletazos, Hill fue siempre aquel muchacho polvoriento bajo el sol rajante. Y sus personajes posteriores, la curiosidad de ver a un cowboy disfrazado de millonario, policía o cura. Y aun después de haber devenido actor de carácter y hecho de Lucky Lucke y Don Camilo.
En el momento culminante, Nadie y Beauregard se baten a duelo en la avenida polvorienta frente al saloon. Nadie es más rápido. Beauregard cae. Pero es un tongo. El viejo Jack se hizo el muerto y ya sin fama ni familia, vida pública ni pesados a su alrededor, navega rumbo a su jubilación en el Viejo Mundo. Nadie ocupa su lugar. Es quien ahora desenfunda como un rayo frente a maleantes o provocadores y esquiva balas a movimiento de cintura y cuello. Y, claro, no confía ni siquiera en el barbero.
Publicado en el diario La Unión del 29 de marzo de 2012.