Roberto Pettinato nació en la Ciudad de Buenos Aires el 15 de diciembre de 1955.
No me cae bien Pettinato. Se cree más que yo. Y es un salame. No querría tener a Pettinato de amigo. Es el típico que si te llama para proponerte “che, a ver cuándo nos juntamos a tomar algo y charlar” en realidad te está diciendo “a ver cuándo nos juntamos a tomar algo y hablar de mí”.
Pongo pausa y aclaro, porque siempre hay alguno con alma de redactor de cartas de lectores de La Nación listo para meter el bocadillo improcedente. No lo conozco a Pettinato más que a un nivel superficial. Sé lo que de él se ve en la tele, sale en los diarios o se escucha en los discos. Y opino de eso, a la manera en que se opina de alguien que no es, como mínimo, cuñado de uno. Al cabo, no podemos saber si Eduardo Feinmann en la intimidad es cariñoso con los niños y rescata de las plazas a palomitas heridas, o si Juan Carr y Cachito Vigil dejan la toalla tirada en el baño para que la levante la señora. Hablamos de lo que vemos. Como Pettinato.
Sigo.
Pettinato se considera músico. Y más bien es un snob que toca el saxofón. Evangeliza acerca de qué música es una porquería y cuál debería ser de escucha obligatoria. Y esta última siempre es algo que conocen él y tres más, no vaya a ser que el pueblo sea inteligente. Llegó a Sumo porque a Luca le gustaba cómo conversaba (permítasenme unos signos: !!) y allí se instaló como un improvisador que, no obstante, tocaba siempre lo mismo y más o menos igual. El tipo que supuestamente cree en la calidad superior de lo que hace, grabó un disco y puso una foto de él desnudo en la tapa, pito al aire. Qué modo singular de valorar y difundir su música por sí misma, ¿no? Igual, el disco era inescuchable, como casi todo lo que toca Pettinato. Que nadie vaya a estar a su nivel para entenderlo.
Pettinato se considera ingenioso y showman. Cómo es que termina escribiendo una contratapa insulsa en el suplemento de espectáculos más cuadrado del país, e intercambiando comentarios machistas con Fabio Fusaro en su programa de televisión, es algo que no se explica. Tampoco se explica cómo es que Fusaro, además, es mucho más divertido que él. Vale reconocer: tal vez la falta de explicaciones no sea porque él no las tenga sino porque no crea pertinente darlas. Es del tipo que parece entender que todo lo bueno que le pasa se lo merece y todo lo bueno que les pasa a los demás se lo merece él.
Pettinato se considera piola. Y se casó con la ex novia de Vilas. Lógico: un saxofón incoherente es, no obstante, menos insufrible que un poema de Cientoveinticinco. Se considera diferente y cool. Y se casó con una artista 15 años menor que él, como cualquier diputado nacional o empresario del acero. Igual vale: gracias a Karina El-Azem habrá descubierto la existencia de Lomas de Zamora más allá del “camión de la 100” y la cancha de Los Andes. Ahora capaz que conoce Las Lomitas y le abate que no quede en Palermo.
Hasta acá llegué. Ahora me pregunto cómo hacerle llegar esta declamación a Pettinato. Que entienda que hay un diario que sale en Lomas va a ser complicado. Que lo tome en serio, más. “¿Un diario en Lomas? ¿Falsifican el Clarín y lo venden en La Salada?”, preguntará. Cómo hago, entonces, para acercar mis letras a su vista, que lea esto que escribo y poder decirle “no te calentés, Petti, ¿no ves que es un chiste?”, que él va a entender.
Publicado en el diario La Unión del 15 de diciembre de 2011.
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