Joaquín Galán nació en la Ciudad de Buenos Aires el 21 de julio de 1956.
Imaginaos, queridos amigos hispanohablantes, a estas dos personas (no; no aún a ellos, aunque el título y la foto de esta página lo sugieran. Éstos son dos personajes, precisamente, imaginarios) batiéndose en diálogo. Uno, tal vez representante, ofrece un número artístico. El otro, quizás empresario, intenta aceptar la oferta.
–¿Y qué canta?
–Canciones. Canciones románticas. Baladas.
–¿Y es buena? ¿Canta bien?
–Y… Canta. Canta. Tiene una voz potente.
–¿Qué? ¿Desafina?
–No… Bah, un poco, a veces. Nada del otro mundo.
–¿Pero es linda chica, che? Vos sabés que una piba linda…
–No es fea. Es colorada, pelirroja. Linda, sí. Linda… Normal.
–¿Son buenas canciones? ¿Pegadizas? ¿Tipo Perales, Julio Iglesias…?
–Son románticas, qué sé yo. Así, melódicas. Canciones.
–Pero decime una cosa. ¿Qué me querés vender? Hay cincuenta mil cantantes como ésta. ¿Qué tiene de especial esta mina?
–Que todo el tiempo mientras canta tiene un tipo al lado que le dice a todo que no.
“El inútil necesario” bien podría ser una película. Es un buen título, por ejemplo, para una de la época del Nuevo Cine Argentino. O una comedia francesa de ésas que no te reís ni porque terminaron. Pero en este caso sería argentina. Y sería sobre Joaquín Galán. La del hermano opaco del personaje refulgente es una historia que hemos visto mil veces. Vimos al Turco Maradona no poder ir más allá del modesto Rayo Vallecano madrileño. A Eduardo Menem –perdón, Dios nos libre y guarde— pasar dos décadas en el Senado con menos onda que flequillo de Moe hasta tener que dejar la banca el día que Carlitos dijo “nene, quedate en La Rioja que esta vez voy a ir yo”. A Nati Pastorutti grabar un disco y que la discográfica eligiera como corte de difusión el tema en el que (¡sí!) cantaba la Sole. Joaquín podría ser uno más para sumar a esta lista si no fuera porque, a diferencia de ellos, él es –permítaseme la insistencia—un inútil necesario. Ahí está en el escenario, con esa voz que no le envidiaría ni Gustavo Sylvestre, esos trajes a lo Guillermo Nimo, carmela azabache en pelo y barba, sus caritas de actor de festival de colegio secundario, los pasitos de baile mínimos y rígidos, los chistes de peluquería y, por sobre todas las cosas, sus mínimas intervenciones en cada hit que su hermana Lucía lleva adelante a fuerza de desgañitarse. Ahí está él, que, sin embargo, con semejante pobreza de recursos, es Pimpinela. Lo que hace al dúo Pimpinela no es otra cosa que Joaquín y sus “¡no!”, sus “¿por qué?”, sus “¡¿qué quieres?!”. Sin ese hermano mayor que tan bien actúa de esposo monosilábico –como son los esposos después de 30 años de convivencia, que es lo que llevan los Pimpinela—, Lucía no sería más que una Susan Ferrer de gira por el Conurbano. Al contrario de aquel otro Galán, que decía “¡Síii… sí!”, él dice “¡No! ¡No!”. Pero si lo sabe cante, cante con Joaquín. Y ella es la que entona, grita, transpira, desentona, se despeina, establece la melodía en la primera estrofa, la revienta en la segunda y redondea los estribillos. Y él, parado ahí al costado, como un espíritu santo de smoking con lentejuelas, es el que le da sentido a todo.
Publicado en el diario La Unión del 21 de julio de 2011.
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