jueves, 23 de febrero de 2012

Mirtha Legrand

Rosa María Juana Martínez Suárez nació en Villa Cañás, provincia de Santa Fe, el 23 de febrero de 1927.


Hoy también cumple años Silvia, la melliza misteriosa, la que al pasar por un cuartel se enamoró de un coronel y se acuarteló para siempre. Silvia que se llama María Aurelia pero le dicen Goldie, un apodo que le pusieron en familia por lo rubia, aunque de chica rubia no era. ¿Sería rubia de adentro, como dice Mirtha que es ella, de adentro y de afuera? Goldie, remoquete en inglés porque qué bien suena lo inglés, no como “rubia” español, anodino, casi submundano, aunque Chiquita, todo frescura y gracejo, después contó que en realidad al principio a la hermana la llamaban Gordi. ¿Habrá envidiado Mirtha ese Goldie elegante y británico al lado de su Chiquita tan de solero y mate en la vereda? Mirtha tenía un esposo francés. Silvia, uno de uniforme. Mirtha, de uniforme, tiene a sus mucamas. ¿Qué envidiará Silvia de Mirtha? ¿Tendrá en su recoleta casa de zona norte buena luz artificial que disimule sus arrugas? ¿Envidiará tal vez la pleitesía de Luis Aguilé? ¿Soñará que una locutora la presenta en off cada vez que entra por el pasillo del vestidor al living? ¿Se peinará con Roby apenas levantarse? De Silvia nada se sabe. Es una señora, meramente. De las que no salen en los diarios salvo que las pise un 266 y a veces ni siquiera. ¿Almorzará sola Silvia? ¿Pondría Canal 2 para ver qué prepararon de comer en lo de su hermana? La locutora dice “hoy tenemos ensalada de suaves hojuelas de caléndula, entrecot a la Rogullard con papas jóvenes y glaseado de foie gras y, de postre, trío de chocolates centroeuropeos laminados en oro. Y para el comedor ‘Los morochitos felices’ 200 raciones de polenta y un cajón de naranja de ombligo”. Y quizá Silvia, a mitad de camino entre los dos menús, coma su milanesa de pollo sentada en la cabecera, sola. Pero esta noche, ¿quién ocupará la cabecera en la cena de cumpleaños? ¿Irá Valeria Gastaldi? ¿Y Juanita Viale dirá “no sé para qué pregunta la abuela si no te escucha y se pone a hablar de otra cosa”? ¿Le dirán Silvia a la tía? Porque Goldie es apodo, pero Silvia es nombre no propio sino apropiado, como Mirtha, aunque ella seguramente considere que es “Mirtha de adentro y de afuera”. “No vayan a decirle Rosa, chicos, por favor, que nos deshereda”, pienso que más de una vez ruega Marcela. ¿Le rendirán culto todos al tótem Mirtha o la dejarán hablando sola del zurdaje, el féretro vacío de Néstor Kirchner, Astiz y las pelotas de De Vicenzo? “Me tiene podrida con todos los PNT que mete antes de servir la cena. Hay que aguantarle los chivos de las joyas, los zapatos, el centro de mesa, el desodorante de ambiente, y al final la colita de cuadril mechada la comemos siempre fría”, calculo que le reclamaría en su momento Eugenia Suárez a Nacho Viale, después, de madrugada, mientras descorría el cubrecama. No debe de ser fácil para ninguno. La señora piensa, seguro, que es la mejor anfitriona, buena conversadora –excelente entrevistadora, por supuesto, si lo dijeron Blanc y Lafauci— la más elegante, graciosa, divertida, “canchera”, moderna, buena madre, tía, abuela, buena vecina, inmaculada, generosa y joven. ¿Tendrá ganas Goldie, hoy, de ponerse los tacos y comer con la hermana? ¿O también ella estará harta?

Publicado en el diario La Unión del 23 de febrero de 2012.

jueves, 16 de febrero de 2012

Roberto Mouras

Roberto Mouras nació el 16 de febrero de 1948 en Moctezuma, Partido de Carlos Casares, Provincia de Buenos Aires. Murió el 22 de noviembre de 1992 en Lobos, Buenos Aires.


Están locos. Van en procesión allí donde haya una carrera. Miles. Llegan un par de días antes. Acampan. Pruebas, series, final. No se pierden nada. Escuchan pasar a cada auto que pasa mientras tiran a la parrilla chorizos y falda y, ahora que la cosa está mejor, asado o vacío. Comen sánguches en pan francés, milanesas frías, chupan naranjas. Hay de todo y providencia de bebida. A la noche van al lugar al que haya que ir del pueblo donde estén y se encuentran a ellos mismos. Algunos van con su coche a 180, por esas 15 cuadras. Otros no. Capaz que una de esas noches eligen la reina del pueblo, votan, y quizás uno con un poquito de chapa hasta es jurado, aunque la reina ya está elegida, es la que dijo el intendente. El domingo es la carrera. Hinchan por Chevrolet o por Ford. Chevy contra Falcon. Un clásico raro, encarnado en autos de otra época, que no se fabrican más pero siguen compitiendo para ver cuál va más ligero. Como si Boca y River siguieran jugando el Superclásico año tras año con los mismos jugadores de aquellos tiempos, Passarella y Alonso de un lado, Mastrangelo y el Chino Benítez del otro, sesentones, y la cancha siempre llena da fanáticos enajenados, algunos de los cuales ni cumplieron los 20.
Pasan los Chevrolet y los Ford. Rruuummm. Es un segundo. Menos. El que va arriba no importa tanto, es una circunstancia, lo que vale es la marca del auto. Pocos llegaron a imponerse y valer más, para ellos, que el coche que piloteaban. Por ejemplo, Mouras. Rruuummm. Pasaba el auto y ellos en loquecían (locos enloquecidos) porque era Mouras. Rruuummm. Un segundo, o menos, y a esperar un rato para volver a verlo ese instante al pasar. A veces, sin saber si iba primero, segundo, tercero o nada. Porque en la época de Mouras muchas carreras se hacían en pistas armadas en la ruta, triángulos aprovechando una encrucijada mixta de caminos, o una recta para allá, la vuelta en U y otra recta para acá por el carril opuesto. Y los autos largaban por tandas y les tomaban el tiempo. Ellos sabían que Mouras iba rápido pero no cómo iba. Hubo carreras, Grandes Premios en varias etapas, en las que ni él sabía, que los pilotos le metían todo lo que podían hasta el final y ahí uno les decía “ganaste” o no. Ellos, igual, se acostumbraron a que Mouras, lo supieran o no, casi siempre iba primero. Ganó 50 carreras de TC. Solamente Juan Gálvez ganó más que él, pero nunca seis seguidas como el Toro en el 76. Mouras ganó cuatro campeonatos y perdió ese del 76, la ciencia no puede explicar cómo. Fue ídolo hasta corriendo en Dodge, algo así como jugar para Lanús un campeonato en el que están Boca y River. Peinaba la pista con raya al medio, de tan elegante para manejar esos trastos de fierro a 250 por hora. Un Scalextric. Eso decían que parecía el auto de Mouras.
El domingo aquel, en Lobos, chau asado, naranjas, providencia y escaléctric. Se rompió una goma y la Chevy se independizó de las manos del Toro, libertad inmadura de auto loco que terminó contra un talud de tierra. Chau carrera, también; se suspendió y ganó Mouras, que iba primero y murió yendo adelante. Veinte o treinta mil lloraron en vivo y en directo, hinchas de cualquier marca, y muchos más siguen hoy, a 20 años, renegando por su ausencia. Esa tarde no hubo joda ni coches a 180. En la carrera siguiente sí, seguramente.

Publicado en el diario La Unión del 16 de febrero de 2012.

jueves, 9 de febrero de 2012

Víctor Sueiro

Víctor Sueiro nació el 9 de febrero de 1943 y murió el 20 de junio de 1990 y el 13 de diciembre de 2007, en la Ciudad de Buenos Aires.



Tía Estela,
te escribo ahora que no estás con la ilusión de que puedas leer esta carta y perdonarme. Es improbable, pero siento que aun así tengo más chance de que atiendas a mis palabras que cuando estabas en casa, conmigo. Era difícil, Tía Estela, hablar con vos sólo durante las propagandas e interrumpir cualquier argumento apenas aparecía la placa del 13. Cuando llegaba el otro corte uno ya había perdido el hilo, tenía que empezar de nuevo. Sería por eso, Tía, que nos pasamos la vida discutiendo sin ponernos de acuerdo. Y ahora que estoy solo pienso que tenías razón. Y me gustaría que lo supieras; qué meta absurda, ¿no, Tía Estela? El equivocado era yo.
¿Cómo le podías creer a Víctor Sueiro, inventor de noticias, fenómenos, entrevistas y entrevistados? Eso pensaba yo y te lo decía a los gritos. Y vos: “Yo le creo. ¿Por qué no puede ser cierto?” Vos con tu irracionalidad inquebrantable que me volvía loco. Sueiro le decía “la mamita” a la Virgen María (a mí me hacía reír porque me acordaba de Francella con Silvia Kutika en “De carne somos”), televisaba cielos santos con dos soles, jesuses que lloraban, sanaciones milagrosas. ¡Sueiro decía que se había muerto asomado al Paraíso y vuelto! Me volvía loco. Y vos: “Para mí es un buen hombre. Tendrías que ser menos incrédulo”. Loco, Tía, me ponían él y vos. ¿No te dabas cuenta de que ese tipo, mucho antes de sus milagros, había sido de los que sostenían, en la revista Gente, que la verdad es lo que sale en la nota y no a la inversa? ¿Que antes de relatar a la mamita le escribió los libretos a Olmedo? ¿Que según sus muchos amigos era divertido y ocurrente? ¡Ocurrente, Tía! ¿No te dabas cuenta? Pero, claro, todo esto no te lo podía decir porque aparecía la plaquita de “La Tele” y vos “¡sshhh!”, me mandabas callar, que volvía Víctor con sus misterios y milagros. Me daba bronca, Tía. Pero ahora que no te tengo conmigo me doy cuenta de que estabas en lo correcto. Porque, ¿qué es la vida, Tía Estela, sino lo que percibimos? Lo que uno siente es lo que es. Yo decía que Sueiro era un mentecato. Ahora que veo todo más claro digo que era un tipo tan considerado que nos daba la posibilidad que él no tenía, de creer en esas maravillas. Porque él sabía todo: lo que se veía en la tele y la parte de atrás, la invención, lo turbio. Nosotros sólo la imagen feliz y, si queríamos, la hacíamos nuestra. ¿Se forró de guita vendiendo sus entelequias? Cierto. ¿Y qué hay de malo? Todos aspiramos a ser bien compensados por lo que damos, en esta vida o en otra. Otros se llenan los bolsillos promoviendo guerras, también en base a ilusiones. Él, a cambio, te daba algo que si lo creías era cierto y te hacía bien. Él fue del otro lado y volvió, prefirió estar vivo y mostrárnoslo. Ser un muerto no era para él. Él era un vivo. El más vivo de todos. Hasta que se murió, claro. Nadie zafa para siempre. Todos seremos polvo, como el Gallego Sueiro, vos y yo tal vez mañana. Pero entretanto hay que seguir viviendo, tía. Honrar la vida. Así que me voy al billar, que los muchachos me esperan. Vuelvo a eso de las 11 y nos clavamos un par de horas de Tinelli que está que arde, ¿te parece? Bah… No sé para qué me caliento en preguntarte, Tía Estela, si vos en tu puta vida leíste dos líneas juntas, lo único que hacés es mirar tele e ir a misa, te vas a morir rezando. Después nos vemos.
Tu sobrino.

Publicado en el diario La Unión del 9 de febrero de 2012.

jueves, 2 de febrero de 2012

Shakira

Shakira Isabel Mebarak Ripoll nació en Barranquilla, Colombia, el 2 de febrero de 1977.


Y ahí está el asunto de Camilo García. Una exageración. Porque, vamos, en televisión todo lo que pasa está arreglado, nada es la verdad, todo se cocina en la oscura tramoya. Los reencuentros de padres e hijas después de 25 años, la mujer que se topa en un talk show con la amante del marido que además es su tía abuela, los votos de Gran Hermano, las infamias de los policías en acción, las peleas de Moria y Pachano y de Fantino y ese muchacho de River, los concursos de Julian Weich. Todo. Armado, cada detalle, para que parezca una verdad perfecta y no se note la costura del guión. Ahí, Rial dice que Shakira es una mierda. Camilo le retruca que para él las canciones son buenas. “Indudablementes sos una mierda igual que ella”, lo crucifica Rial. Bueno, Todo eso está armado por un productor que sugirió “Rial en contra de Shakira. Camilo, a favor”. La exageración es que, entonces, Rial lo haya rajado del programa –o Camilo renunció, no importa—, que Camilo se haya convertido de frívolo intruso a joven políticamente sensible, que se le supiera víctima de la dictadura. Todo por Shakira. Y porque además las canciones estaban bien. Fijate vos; a veces es difícil entre tanto artilugio. Porque Shakira eligió –o tomó— el camino del guionado. Los estribillos FM híper repetidos (al “loca, loca, loca” número 478 te querés matar, sí). Los ritmos latinos que puedan entender los yanquis. Las fotos en la isla de Caras. Los videos con la ropa mínima necesaria para que sean clips musicales de promoción y no una película de Tinto Brass. Los romances con Piqué. Los duetos con otras tapas de disco de su misma compañía. La colombianidad neocapitalista. Los arreglos a propósito para que venda. El nombre sin apellido. Pero “Ojos así” es una canción, guarda. No es un flan musical hecho con la receta. “Pies descalzos, sueños blancos” también. Hay algo en esas canciones y en otras también, que no suele ser el resultado de Tommy Mottola que se cruza con una chica linda que entona bien y decide construir un éxito. O “Eres”, que lo sacó en el 93, tenía 16 años, desafinado, cantado medio como el culo, pero no es pop melódico, pop latino, o como se llamen esas cosas que endulzan a las chicas de los supermercados. Es rock, rock nacional. Ahí está. Rock nacional argentino hecho en Colombia. Rock nacional como, por ejemplo, Fito Páez, pero que agarró para otro lado. Shakira cuida la imagen casi más que la música. ¿Eso no es rockero? Fito anda en trajecitos rojos de pantalones finitos y anteojos top. Shakira anda con Piqué. Eso es muy rockero. Fito se casó con Cecilia Roth. Shakira de vez en cuando desafina en vivo. Fito… es mucho más rockero, de acuerdo. La cuestión es tan simple como esto: si no te interesa mucho la música, si no te da el mate para escuchar, si sos de los que dejan que la radio elija, entonces Shakira te va a parecer más o menos igual a todas; como artista, una más. Tal vez eso le pasaba a Rial. Si sos de los que prestan atención, escuchan y tratan de disponer de lo que les pasa por la oreja, entonces vas a notar que es distinta. Tal vez eso le pasaba a Camilo. Por eso –eso— odiamos a Rial y queremos a Camilo.
(No, no te pienso ni mencionar, sushi bobo. Ganate los porotos.)

Publicado en el diario La Unión del 2 de febrero de 2012.